
El viernes a la noche salí en avión a Belo Horizonte con un amigo paulista. Allí nos reunimos con un grupo con el cual partimos en ómnibus al Parque Nacional Caparão, en al frontera entre los estados de Minas Gerais y Espirito Santo. Nuestro objetivo era subir el Pico da Bandeira.
Llegamos al hotel a las cinco y media de la mañana y descansamos hasta las ocho, hora en que tomamos desayuno. Partimos luego para una caminata de calentamiento hasta el mediodía y la tarde la dedicamos a dormir, ya que a las 8 de la noche comenzamos el ascenso. Son 18 kilómetros en horizontal (de ida, y otros tantos de vuelta), con un desnivel de 2 mil metros, que no es poca cosa para un día. Volvimos al mediodía del día siguiente, o sea caminamos toda la noche, 16 horas seguidas.
El Pico da Bandeira fue tenido por el más alto de Brasil (2894 msnm, base a 894 msnm), hasta la década del 60, en que se descubrió que dos montañas que están en el estado de Roraima, frontera con Venezuela, eran un poco más altas. Debe su nombre a que el emperador Pedro II ordenó una vez colocar allí una bandera de Brasil.
La primera mitad de la subida la hice acompañado sólo de un amigo, ya que los demás prefirieron hacerla en jeep, pues da para eso. Era plena noche de luna llena. Mi amigo me explicó la razón de ser de la canción Lua de São Jorge, de Caetano. La misma hace referencia a la luna llena, en la cual, supuestamente, puede verse la silueta de San Jorge atacando al dragón. Yo no conseguí realmente ver nada hasta que hubo salido el sol –la luna demoró aún un rato largo en desaparecer-, recién entonces conseguí percibir vagamente la silueta del santo.
Llegamos a la cumbre, tal como era el plan, una hora antes del amanecer, precisamente para presenciarlo desde allí. Había algo así como 150 personas en la cumbre esperando ver el sol nacer. El espectáculo fue muy hermoso, entre otras cosas porque durante un buen rato se podía seguir viendo la luna llena –que a su vez hizo mucho más fácil la caminata nocturna hasta la cima-. Además del pico, visitamos una cascada de 100 metros donde nos refrescamos debidamente.
Almorzamos en el hotel, nos bañamos y retornamos en ómnibus a Belo Horizonte, desde donde tomamos otro transporte a San Pablo. Llegamos a esa ciudad a las ocho de la mañana del lunes, de ahí a casa, baño, cambio de ropas y al escritorio.
Inmediatamente me puse a pensar, claro, en cuando y a donde será la próxima caminata.
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