Diario de un viaje a Bolivia (6-1999)


Los hombres no se hacen a partir de victorias fáciles, sino en base a grandes derrotas

Ernest Shackleton

Sábado 19 de junio
Llegamos a La Paz como a las diez de la noche, previa escala en Santa Cruz de la Sierra. Santa Cruz está en la llanura amazónica, por lo que es baja y caliente. La Paz está en el medio del altiplano, a 3650 metros sobre el nivel del mar (en adelante msnm) y, si no me fallan los recuerdos colegiales, es la capital de estado más alta del mundo. Lhasa, la capital del Tíbet –aunque no es un estado independiente- está a 3600 msnm también.
El aeropuerto de La Paz está aún más alto, a 4100 msnm. Más adelante les contaré un poco sobre la orografía y distribución urbana de La Paz, pero ahora déjenme ir a dormir, es medianoche y un poco estoy sintiendo la altitud al intentar algún esfuerzo. Hay menos tres grados centígrados de temperatura.

Domingo 20 de junio
La Paz es un lugar muy apreciado por montañistas argentinos, brasileños y uruguayos, por ser la única ciudad de la región donde es posible aclimatarse a una altitud decente, teniendo restaurantes, hoteles, en fin, comodidad. Esto no existe que yo sepa en Argentina y me parece que tampoco en Chile. Obvio que no en Brasil ni Uruguay. Muy cerca hay montañas de 5 a 6 mil msnm, a cuyas bases se accede en pocas horas de ómnibus desde La Paz.
Las más bellas y conocidas montañas que rodean La Paz son el Illimani (6400 msnm), el Huayna Potosí (6088 msnm) y la Cordillera Real, que tiene varios picos entre 5 y 6 mil msnm. En esa Cordillera está ubicado el Parque Nacional Condoriri, donde iremos a acampar con el grupo. El parque toma el nombre de la represa que hay en la zona, que genera un lago artificial para abastecimiento de agua potable para la ciudad de La Paz.
Bueno, hora de introducirles a mis compañeros de ruta:
Dalio (32) guía de montaña brasileño, muy experiente, fue miembro del equipo de Mozart Catão, el montañista brasileño más importante, fallecido en febrero de 1998 en la pared sur del Aconcagua, como consecuencia de una avalancha. La pared sur del Centinela de Piedra –pues eso quiere decir Aconcagua en quechua- es sumamente difícil. Dalio le dijo a Mozart que no le parecía que los otros miembros del grupo con los que Mozart iba a subir tuvieran la experiencia necesaria y pidió quedarse en base. Uno de los dos que subieron con Mozart, de nombre Othon, quedó colgado en medio de una pared vertical a 6500 msnm sin posibilidad de rescate alguna (a esa altitud, el helicóptero de rescate difícilmente puede volar, pues la sustentación de las alas en el aire enrarecido es insuficiente, además, al estar en una pared vertical, no tiene como acercarse ni posar). Para empeorar las cosas, Othon tenía una pierna rota y una de las dos cuerdas que lo sostenía enrollada en esa pierna. El procedimiento dice que tenía que cortar esa cuerda para liberar la pierna. Othon lo intentó pero con el frío y el cansancio se le cayó la navaja. Dalio estaba en la base hablando con él por radio, dándole ánimo y viendo que con las horas su compañero se iba aletargando, hablando menos y más lento, muriéndose de congelamiento en suma. A cuatro horas del accidente cesó de responder. Sus últimas palabras fueron, según Dalio, “Bebam um vinho a minha saúde”. No se recuperó el cuerpo, en parte porque ese fue su deseo, permanecer en la montaña, y en parte porque era desperdiciar mucho dinero y arriesgar más vidas. Estará allí hasta que se corte la cuerda.
Mozart era una especie de Ayrton Senna del montañismo. Su muerte no tuvo tanta repercusión como la del piloto de fórmula uno, pero de cualquier modo produjo gran impacto. Fueron los días en que yo llegaba a Brasil. Al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento, un canal de televisión organizó un emotivo homenaje: colocaron simultáneamente un montañista en cada uno de los picos de la Serra dos Orgãos y lo filmaron desde un avión. La Serra dos Orgãos es la que yo anduve durante cuatro días hace algunos meses. Esta sierra está cerca de Río de Janeiro, más exactamente entre Petrópolis y Teresópolis y fue la sierra donde Mozart creció y aprendió a escalar. Era nativo de Teresópolis.
Mozart era muy capaz pero como en todos los accidentes de este tipo, parece haber cometido errores:
La temperatura había cambiado bastante de un día para el otro. Esto habitualmente presagia avalanchas. El síntoma no fue atendido.
En el afán de documentar, filmar, etc., para cumplir con los requisitos del patrocinador (Petrobras) y la prensa, cargaron dos cámaras de video, una normal y otra digital. Para compensar peso, llevaron una cantidad de comida demasiado justa, sólo para un día de más, sin prever que podían quedar parados en la montaña más tiempo que eso.
El más importante: subestimar la montaña. Dalio dice que antes de subir se sentían como si ya hubieran bajado. “Está feita” (está hecha) era la actitud que tenían.
Andrea: (28) Médica ortopedista, bajita, pero muy firme en lo que tiene que ver con personalidad y muy resistente de físico. Típica mujer decidida e independiente de los tiempos modernos.
Marcio: (32) Amigo de Andrea –aparentemente sólo eso a juzgar por sus palabras y la ausencia de otras manifestaciones de afecto, algo más que eso a juzgar porque comparten la carpa. Ex vice campeón brasileño de canotaje. Junto con Andrea ha escalado el Mont Blanc (4807 msnm) en Francia, el Matterhorn en Suiza y otros picos menores.
Marcos: (32) Maratonista, compite a nivel nacional en triatlón, 1.92 metros de altura (¡casi digo altitud!), 92 kilos, entrena entre dos y tres horas todos los días. Corrió la reciente maratón de San Pablo (42,195 kilómetros, como todas las maratones) con mochila, ¡para entrenarse!
Denis: (18) No estudia ni trabaja, el padre debe estar en posición económica muy desahogada pues antes de este viaje, le regaló un equipo de profesional para la práctica de montañismo. Dedica al día a entrenar, a escalar en roca –porque en hielo en Brasil no hay donde practicar- y a desarrollar musculatura.
Como ven, otra vez Berni se metió en camisa de once varas, entre gentes que tienen lo mínimo nueve años menos y claramente mejor preparación física y técnica. Porque la montaña es esas dos cosas, resistencia física y conocimiento técnico. Sin uno de esos elementos, fuiste.
La suerte nos ayudó, porque hoy domingo es la víspera del año nuevo aymará, por lo que en el centro de la ciudad se desarrolló un gran desfile con representaciones de todas las provincias y regiones de Bolivia, cada una con sus trajes y danzas típicas. Fue muy lindo y pintoresco. Mañana al amanecer (más o menos a las siete) se celebra el Wilka Kuti o comienzo del año nuevo aymará en las ruinas de Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca. Es obvio que allí estaremos para narrarles los acontecimientos.

Lunes 21 de junio
Nos levantamos a las tres de la mañana y salimos en un ómnibus rumbo a las ruinas, donde llegamos como a las seis. Hacía un frío horroroso, calculamos que entre menos ocho y menos diez grados centígrados. Había millares de personas, no sólo todos los turistas que en estos días están en La Paz sino también muchísimos locales, que eran claramente la mayoría. Al momento de salir el primer rayo del sol del primer día del año, la tradición impone recibir su luz en las palmas de las manos, por lo que al igual que muchos, me saqué los guantes y levanté las manos, abiertas como la punta del ala de un cóndor, hacia el sol. Esto es augurio de buena suerte para el año que empieza, según la cultura aymará.
Fue una sensación rara volver a Tiahuanaco, donde estuve hace veintiún años. Luego de un reparador desayuno, fuimos a recorrer las ruinas guiados por el muchacho que nos había llevado a presenciar la ceremonia, que resultó muy simpático y conocedor de la historia de su pueblo.
Tiahuanaco es un centro de ruinas a veinte kilómetros del lago Titicaca. Fue centro religioso de una civilización, la aymará, cuyos descendientes hoy viven en esta región, sur de Perú, norte de Chile y Argentina.
Aparentemente, debido a la falta de basura y de ruinas de casas, el lugar era un centro religioso y no una ciudad. A juzgar por la diversidad de estilos y formas arquitectónicas, lo fue durante muchos siglos. Tihauanaco fue conquistada por los incas antes de la llegada de los españoles. Cuando estos últimos entraron en la región, Tihauanaco ya estaba en ruinas. El lugar sufrió al menos cuatro devastaciones, la primera causada por la invasión inca, la segunda por los españoles, la tercera por los propios aymarás contemporáneos que la utilizaron como cantera para levantar las casas y la iglesia del pueblo moderno homónimo con el centro ritual y la cuarta y última por los arqueólogos del primer mundo que fueron los primeros en estudiar el lugar y se llevaron todo lo que pudieron.
Todos los historiadores coinciden que debe haber habido alguna influencia externa para que en tan pocos años, los aymarás pudieran desarrollar una arquitectura tan sofisticada. Esto, sumado a esculturas de hombres con barbas –los pueblos americanos son todos lampiños- y otras con rasgos claramente negroides, han hecho suponer a algunos delirantes –entre ellos una película de los años setenta cuyo nombre no recuerdo- que hubo influencia de extraterrestres o de viajeros de otros continentes (estamos hablando de al menos 500 años antes de Colón). Es más probable que esa influencia haya provenido de Chavín de Huantar, una cultura preincaica del norte de Perú que estaba muy desarrollada. (sus ruinas, muy bien conservadas, pueden visitarse al día de hoy). Cómo se estableció ese contacto, cuando y de que manera, son parte de las cosas que probablemente nunca sepamos.
La cultura de Tiahaunaco no parece haber desarrollado nunca un imperio, en el sentido inca o azteca de la palabra. Si bien su influencia –en arquitectura, cerámica y religión- se esparció por el área del lago, parece haber sido más por la superioridad misma de esa cultura que por conquista militar. Los historiadores sacan esta conclusión del hecho que en los lugares donde se observa influencia de Tihauanaco, esta nunca es total, se percibe en un aspecto o en otro. De haber habido dominación, la copia del modelo hubiera sido más integral.
Tihauanaco está construida en piedra en un cien por ciento, porque como dije en algún momento, en el altiplano no hay árboles. La cantera más cercana está a cinco kilómetros. La famosa Puerta del Sol está construida en una pieza y pesa unas diez toneladas. ¿Cómo transportaban semejantes pesos? No lo sabemos.
El Tiahuanaco antiguo, su primer período, data del siglo XIV antes de Cristo, y su fin ocurre aproximadamente en el siglo XIII de nuestra era, lo que implica que duró más que el Imperio Romano. Lecturas recomendadas para profundizar: “Tiwanacu: espacio, tiempo y cultura” y “La cultura nativa en Bolivia”, ambos del arqueólogo boliviano Carlos Ponce Sangines. Tiwanacu es otra grafía válida para Tihauanaco, ninguna es más correcta que la otra.
En el camino de retorno a la ciudad, se divisaban muy claramente todos los picos de la Cordillera Real, donde iremos en pocos días más.
La Paz tiene 1.8 millones de habitantes y está en el fondo de un valle. La ciudad se ha extendido ladera arriba alcanzando el tope y extendiéndose más allá. Estimo que la mitad de la población vive en esa zona, llamada El Alto (4100 msnm), pobrísima, sin interés turístico alguno, una masa de casas pobres, informes, incoloras. Toda esa parte de la ciudad, adolece del mismo problema que el altiplano todo: la falta de árboles, diría sin exagerar que todos los árboles que hay en el altiplano –muchos miles de kilómetros cuadrados- no pasan de algunos pocos centenares. Son extensiones enormes sin un solo árbol, puro pasto ralo, seco, escaso.
Los barrios ricos de La Paz están al sur, en la parte más baja (unos 3300 msnm), por lo que, como se puede concluir, dentro de la misma ciudad hay diferencias de altitud de 800 metros aproximadamente. El hoyo donde está la ciudad no es el cráter de un volcán extinto como creen algunos.
Asombra el tamaño del comercio ambulante, informal, callejero, en La Paz. Algo así como el noventa y cinco por ciento de la economía boliviana no paga impuestos. Hay mujeres –las conocidas cholas- en todas partes, ocupando no sólo las aceras sino en muchas ocasiones también las calles. Hay zonas con mercados de comida –que tanto me recordaron los mercados centroamericanos-, otras con artesanías para turistas, otras con ropa de estilo occidental, para los locales. También es muy frecuente encontrar señoras vendiendo comida en la misma calle, preparada en ollas de formas e higiene dudosas. Mucha gente se alimenta así, al paso. Eso hacía yo en mi visita anterior, en 1978, ya que no tenía presupuesto ni para el restaurante más modesto.
El día terminó muy mal. Al momento de pagar el hotel, Dalio, el guía, se enteró que la mayoría de los tres mil dólares –dos mil seiscientos- que tenía para pagar a la compañía local el costo del campamento, guías, porteadores, cocinero, etc., eran falsos. Lo increíble es que ese dinero viene de cuatro fuentes distintas –una parte pagado por mí en San Pablo- por lo que no es lógico pensar que cuatro fuentes resultan falsas al mismo tiempo. Sospechamos que en la pensión le metieron el cambiazo. Como el dueño es policía retirado, estamos jodidos.
Esto no fue toda la mala suerte. Marcio olvidó embarcar en San Pablo una maleta con todo su equipo de montaña (hay de todo en las viñas del señor). La familia se la está mandando como exportación, no sabemos cuando llegará. Por este motivo, tuvimos que quedarnos un día más de lo previsto en La Paz. Intentamos mirarle el lado bueno, es un día más par aclimatarse, lo que no es malo.

Martes 22 de junio.
Obligados a pasar el día en La Paz, por el asunto de la valija, salimos a hacer caminata de aclimatación. Fuimos primero al punto más bajo de la ciudad, al barrio paquete, y desde allí remontamos hasta El Alto, la parte más alta. El contraste de barrios que atravesamos es increíble. El Alto es una enorme villa miseria. Sin embargo, y pese a que parábamos a sacar fotos con cámaras caras, nada nos ocurrió, ni un asalto ni una amenaza. Con los brasileños decíamos que de haber sido San Pablo, ni se nos hubiera ocurrido pasar por esos barrios.
Al volver, enganchamos una manifestación –huelga de maestros, me recordaba mi adolescencia oriental- frente a la Iglesia de San Francisco. Carteles rojos con letras amarillas, pasacalles con dibujos de engranajes y puños cerrados, paredes con consignas que incluyen abundantemente palabras como “traidores”, “campesinado”, “compañeros”, “pueblo”, “obreros”, “liberación”, “Che”, muestran que hasta en su manera de hacer política, Bolivia vive al menos treinta años atrás del mundo.

Miércoles 23 de junio
Marcio y yo pasamos dos horas, de nueve a once, en el aeropuerto para retirar la valija. De no creer. Kafkiano es poco. El genial autor checo se hacía una fiesta si hubiera estado con nosotros. Firmamos no menos de veinte formularios, de todos los tamaños y colores, -nos quedaron copias de ocho de ellos-, muchos con varias copias con carbónicos. Fuimos a no menos de ocho oficinas, a algunas de ellas cuatro veces, en varias obteníamos respuestas como “aún no empezamos a trabajar” o “el jefe está en pista vuelve ahorita”, cuando es ahorita, “ahhh, una media hora”. “Pague cinco bolivianos aquí, 63.5 allá, traiga el recibo, la señora que se ocupa aún no llegó, vuelva más tarde”. Obvio que tuve que dar unos verdes por izquierda porque si no, además de todo lo que conté, ¡pretendían que volviera a pagar una tasa al centro de La Paz! Sin mí, que chamuyo fluidamente el idioma de Cervantes y sé cuando, cuanto y a quién dar un óbolo para aceitar un trámite –años de vivir en Latinoamérica, amigos-, Marcio todavía estaría buscando su valija.
A las once y media nos pasó a buscar el vehículo que nos llevaría al parque. La camioneta resultó demasiado pequeña para nosotros seis, el guía de montaña local –Thibault-, el guía auxiliar –Edwin- y el cocinero –Martín- por lo que dos de ellos tuvieron que ir en ómnibus y moto. En dos horas y media llegamos a un punto determinado, en el medio de la nada, donde la camioneta descargó el equipaje -y a nosotros-. Desde allí, el equipaje siguió camino a lomo de llama y nosotros a pie –hora y media-, hasta el campamento base (4650 msnm), en un valle a orillas de una laguna de montaña (Laguna Chiarkhota), encerrada entre gran cantidad de picos nevados. Martín nos preparó un rico plato sobre la base de verduras y frutas.
Thibault es un muchacho de 25 años, hijo de francés y boliviana, que habla perfecto francés –vivió en París la mitad de su vida- y correctísimo ingles. Edwin tiene 43 años, también es boliviano pero trabajo como albañil en Washington muchos años, por lo que también habla inglés.

Jueves 24 de junio
La noche anterior al aniversario del ingreso a la inmortalidad del Zorzal Criollo dormí bastante bien, pese a que mi compañero de cuarto ronca bastante. Desayunamos copiosamente. La expedición tiene carpa cocina, donde trabaja y duerme Martín, el cocinero, y carpa comedor, donde pasamos la mayor parte del tiempo, especialmente las noches ya que afuera hace mucho frío.
Partimos luego del desayuno para una hora y media de caminata hasta la base de un glaciar donde hicimos distintos tipos de ejercicios para aprender técnicas importantes en montaña, desde confección de nudos hasta caída en hielo y su detención.
A la cena comimos brochete de carne de llama –ya la habíamos probado en La Paz-. Es una carne exquisita, tal vez la más sabrosa y tierna que yo haya probado. Y como si esto fuera poco, dicen que no tiene colesterol alguno.
En el valle donde estamos hay gran cantidad de llamas y varias alpacas. No hay vicuñas ni guanacos.

Viernes 25 de junio
Salimos a las ocho de la mañana rumbo al mismo glaciar de ayer, pero esta vez ascendimos glaciar arriba bastante más que ayer. Otra vez hicimos ejercicios técnicos –rapel, rescate de personas caídas en grietas, etc.-. Volvimos a las tres y media de la tarde porque una tormenta amenazante surgió de repente, y de hecho nevó un poco durante el retorno. Yo llegué al campamento base muy cansado, hubo un tramo de subida en nieve muy blanda –uno se enterraba hasta la rodilla en cada paso- que me dejó exhausto. Alcanzamos los 4900 msnm. Las quince montañas de este parque van de 5270 a 5720 msnm.
El mal de montaña o trastornos psicofísicos debidos a la altitud, se denomina en lengua aymará soroche. Tiene distinto tipo de manifestaciones, comienza con un dolor de cabeza –lo único que yo sentí, y no por mucho más de media hora-, nauseas, vómitos, pérdida de apetito y de la voluntad de charlar y socializar. Esto en una primera etapa, en casos más graves puede llegar a producirse edema pulmonar o cerebral –aparición de líquido en uno de esos órganos-. Esto ya es muy serio e implica descenso inmediato. No hacerlo, puede causar la muerte. No se sabe mucho sobre el soroche, ya sea porque es una enfermedad compleja o porque los potenciales consumidores de los remedios –los montañistas- son pocos y no justifican la inversión millonaria en investigación y desarrollo que se requeriría por parte de los laboratorios. Los extremadamente sensibles sienten sus efectos a partir de 2000 msnm, pero digamos que en realidad comienza a partir de los 3500. No es posible saber cuando ni a quien le afectará. Se ha dado que montañistas experientes, un día, vaya a saber por qué, sufren de soroche cuando nunca antes lo padecieron mientras que clientes primerizos se encuentran en buen estado. Dos cosas, sin embargo, se saben a ciencia cierta: que permanecer varios días o inclusive semanas acostumbrando el cuerpo –proceso conocido como aclimatación- ayuda mucho y es imprescindible. Lo otro probado es que el cuerpo tiene memoria, o sea, quien ha estado muchas veces a alturas elevadas, es probable que tenga menos problemas que quién nunca ha subido, porque de alguna manera que no se conoce en detalle, el cuerpo recuerda haber estado antes en altitud.
A partir de los 5500 msnm el cuerpo no se recupera aún descansando, aún durmiendo. Mientras se vive a más de 5500 metros, uno está consumiendo siempre masa muscular, aunque esté reposando. A partir de los 8000 msnm –altitud que sólo se da en catorce picos del Himalaya-, no sólo se enfatizan las condiciones antes mencionadas sino que se pierde el buen juicio, pudiendo el enfermo correr riesgos innecesarios por no ser capaz de evaluar correctamente las consecuencias. Toda permanencia innecesaria a más de ocho mil metros, es llamar a la desgracia.
Felizmente, como decía, yo no he sufrido de soroche. Particularmente no de falta de apetito, sigo comiendo como lima nueva, hasta los restos que dejan los demás.
Para que se hagan una idea del frío que hace en el campamento base, el agua de la cantimplora amanece parcialmente congelada –mezcla de agua y hielo- pese a que la dejo entre ropas, dentro de la mochila y esta obviamente dentro de la carpa.
Del equipo no puedo quejarme, es casi perfecto. -hay algunas cosas menores que debo mejorar-. La inversión que hice en New York rindió sus frutos. Nada que ver con el equipo tercermundista con el que contaba cuando subí el Lanín.

Sábado 26 de junio
Según el plan, hoy es día de escalada, al igual que mañana. Yo no me sentí en condiciones de encarar dos picos dos días seguidos así que avisé que me quedaría en el campamento base. Marcio y Marcos hicieron lo mismo, Marcio está con soroche y Marcos, pese a su notable estado físico –recuerden que les dije que es maratonista- tiene dolor en un músculo que se contracturó hace seis meses. Sólo salieron con los guías, Denis y Andrea.
Pasamos el día con Marcos y Marcio charlando, haciendo caminatas suaves alrededor de la laguna, sacando fotos y viendo a los gorriones comerse las migas de nuestras comidas.
Aproveché también para terminar el libro de Reinhold Messner –un montañista italiano hoy con 55 años, probablemente el más grande montañista vivo y uno de los mayores de todos los tiempos-. En el libro relata su ascensión al Everest en 1980 –su segunda ascensión- en solitario y sin oxígeno artificial. Messner es un monstruo sagrado del montañismo, lástima que escriba tan mal.
Andrea y Denis felizmente hicieron cumbre –en la Pirámide Blanca- y volvieron al campamento base cerca de las tres de la tarde.

Domingo 27 de junio
Como dije ayer, el aniversario del golpe militar uruguayo era día de cumbre también. Esta vez salimos Marcos, Denis y yo. Marcio sigue con soroche y Andrea, su amiga se quedó a cuidarlo. Ella está cansada y con gripe leve, recuerden que ayer hizo cumbre.
No habían pasado tres cuartos de hora cuando Marcos debió dar marcha atrás, aquejado por su músculo que no se recuperó pese al día de reposo que hicimos ayer. Yo había dormido bastante mal, en parte por los ronquidos de mi compañero, en parte porque se levanta demasiadas veces por noche a ir al baño –dos-, y cada vez implica cinco minutos para abrigarse y otros cinco al retorno para quitarse la ropa de abrigo.
Con la deserción de Marcos, quedábamos Denis –¡que hoy cumple 19 años!- y yo, además de los tres guías. Aguanté todo lo que pude, pero no pude hacer cumbre. Llegué, estimo, a los 5250 msnm y la cumbre del Ilusión –que así se llamaba nuestra montaña destino- tiene sólo 5350, pero no pude más y decidí volver, antes que no me quedaran fuerzas para retornar. Porque siempre hay que tener presente que subir es la mitad de la historia, además hay que bajar y hacerlo sano y salvo. La montaña que subieron ayer es un poco más baja, tal vez, si hubiera salido ayer en vez de hoy... Pero ya es tarde para estos pensamientos.
Al bajar con Edwin, la nevada liviana nos hizo perder el camino que habíamos tomado para subir, por lo que deambulamos un rato glaciar abajo por camino nuevo. Esto es peligroso porque uno puede caer en una grieta. Edwin iba muy atento y los dos teníamos las cuerdas y el equipo necesario para asegurarnos el uno al otro. Claro que yo no garantizo que con apenas dos días de instrucción podría rescatar a Edwin si era él el que caía. Edwin era totalmente consciente de esta situación.
Llegue al campamento base completamente extenuado. El programa incluye una tercera montaña –a la que se accede desde otro campamento base, hay que ir en vehículo-, llamada Huayna Potosí (6088 msnm). Yo he decidido abrirme del Huayna. Es evidente que si no pude con el Ilusión, mis chances en el Huayna son sólo teóricas. Y en San Pablo tengo una reunión internacional de todos los gerentes de Philip Morris, a la que llegaría tarde si voy al Huayna. Esto tendría para mi un costo político que estoy dispuesto a pagar por subir el Huayna Potosí, pero no por quedarme a mitad de camino.
¿Que si me siento frustrado por irme de Bolivia sin haber alcanzado una sola cumbre?
Sí y no. Sí me siento frustrado porque mi objetivo personal era, de máxima, alcanzar dos cumbres y de mínima llegar a una, para eso compré equipo en Nueva York, para eso me entrené durante cuatro meses. No me siento frustrado porque aprendí muchas cosas, acampé una semana a 4600 msnm y llegué dos veces a 5300 metros sin sufrir enfermedad, pérdida de apetito, dolor de cabeza ni síntoma alguno de soroche. No me siento frustrado porque competí con un grupo muy joven y muy entrenado, un grupo de elite ciertamente. No me siento mal, porque pese a todo vine, la peleé, puse todo mi endurance en el intento. Perdí, pero eso es parte del juego de probabilidades, una consecuencia siempre posible de poner el equipo en la cancha. Pero no por ese riesgo, permanecemos en los vestuarios.

Lunes 28 de junio
Durante la noche hizo un viento horroroso, que empezó a las 19 de ayer. Fue difícil dormir sin interrupciones. Por momentos parecía que las carpas no aguantarían. Al levantarnos, hacía mucho frío, tanto que el agua de la canilla del campamento –que trae canalizada agua del deshielo en la montaña- se había congelado –esto pasa constantemente- y la que no se había congelado caía de la canilla no verticalmente sino horizontalmente, movida de su trayectoria natural por el fortísimo viento. Calculamos que las ráfagas alcanzaron unos ochenta kilómetros por hora.
Desayunamos –el cocinero hizo uruguayísimas tortas fritas, que aquí llaman buñuelos-, desarmamos las carpas preparando las bolsas para ser cargadas por las llamas y salimos a caminar por poco más de una hora hasta el lugar de encuentro con las llamas que traían el equipo del campamento base y el vehículo que venía de La Paz. Felizmente esta vez fue un minibus y cupimos todos dentro cómodamente. Ya en este lugar la temperatura era muchísimo más agradable y pudimos sacarnos mucha ropa.
El viaje al refugio del Huayna Potosí desde el Parque Condoriri toma unas tres o cuatro horas y pasa por los suburbios altos de la ciudad de La Paz, de los que ya les he hablado algo. Son manzanas y manzanas de enorme pobreza, cuadras enteras de casas de ladrillo o adobe sin revoque y mucho menos pintura. Calles de polvo y tierra. Rostros desgastados por el fuerte sol del altiplano. O por el viento. O por las dos cosas. Mujeres a las que es difícil asignarle una edad, difícil decir si son hermanitas o madres del niño que llevan de la mano. Una funeraria exhibe en su vidriera dos ataúdes para niños, lo que es muestra muy clara de la alta tasa de mortalidad infantil que debe imperar en esta región. Lamentablemente, poco ha cambiado desde la otra vez que estuve en Bolivia hace veintiún años. La pobreza es esencialmente la misma. En La Paz, andando tarde en la noche se ven cholas que mantienen sus puestos ambulantes en el intento de vender alguna cosa más. Como no tienen con quien dejar sus hijos, los cargan a sus espaldas envueltos en un textil. Niños que deberían estar a esas horas en su casa, abrigados, en una cuna. Cuando uno ve tanta miseria como yo he visto en esta nuestra América Latina, de Tijuana a la Patagonia, uno entiende aunque no justifique, que algunos, hace algunos años, se hayan cansado de tanta podredumbre y pretendido cambiarlo todo de la noche a la mañana. Lástima que nada es tan simple y nada cambió ese sacrificio las vidas de estas gentes. Sólo sirvió para arruinar la de los sacrificados.
Dejamos a los guías y a Denis y Andrea en el refugio del Huayna Potosí, a 4800 msnm. Hacía bastante frío. Marcos, Marcio y yo seguimos con el ómnibus hacia La Paz. Dicen que en el campamento intermedio hacia la cumbre del Huayna (algo más de 5 mil msnm) ayer hizo tanto viento que despedazó seis de ocho carpas que allí había. Tuvieron que meterse todos en las dos carpas que se salvaron. Ojalá nuestros amigos tengan mejor suerte. Andrea se quedó en el refugio pero ya dijo que no intentará subir. Sólo nos queda Denis, que sí hará el intento de alcanzar la cumbre con los tres guías. El refugio supuestamente tenía camas y agua caliente. Pues no tiene ni lo uno ni lo otro.
Volvimos al centro de La Paz, descargamos el equipaje en la hostería, nos bañamos y salimos a comer, luego de haber retirado de debajo de las uñas, el medio kilo de tierra de la montaña que cada uno de nosotros tenía. Tomé una cerveza bien helada, pues cualquiera haya sido mi desempeño en este viaje me la tengo merecida.

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