Aconcagua (II) (1-2005)


La montagne: Y remonterai-je? Oh oui Je le sens bien! J´irai m´asseoir encore au crépuscule, comme un fiancé de la nature, sur les sommets stériles et solitaires où brillent les froids du nord: y rêver dans l´azur au printemps de ma vie, et rajeunir mon coeur dans la blancheur et la sérénité des dômes éternels, dans la sainteté de Thabors de neige, où cerné par le vide, le frimas et la mort, on songe avec autant d´amour que d´amertume, aux heures bénies, aux jours trois fois heureux, aux belles années qui ne reviendront plus, mais dont le souvenir embellit toute la vie

Comte Henry Russell
Souvenirs d´ un montagnard

La montaña: ¿La volveré a subir? Sí, sé que sí. Iré a sentarme una vez más a la hora del crepúsculo, novio de la naturaleza, en las cimas estériles y solitarias donde brillan los fríos del norte: soñar allí con el azul de la primavera de mi vida, rejuvenecer mi corazón en la blancura y la serenidad de los domos eternos, en la santidad de los picos cargados de nieve, en donde rodeado por el vacío, la escarcha y la muerte, uno piensa con tanto amor como amargura en las horas benditas, en los días felices, en los años hermosos que no volverán, pero cuyo recuerdo embellece por siempre la vida.

Conde Henry Russell
Recuerdos de un montañista

Acabo de volver de mi tercer intento no exitoso de alcanzar la cumbre del Aconcagua. Si Ud. lector concluye de esto que como montañista soy patético, no se equivoca. Pero permítame explicarle el contexto.
Enfrentamos una gran tormenta en Berlín (el campamento de altura, a 6000 metros sobre el nivel del mar, msnm). A las siete de la tarde, el termómetro marcabas -15 C y a esa hora aún brilla el sol, lo que permite suponer que a la noche la columna mercurial probablemente descendió a -25 C. Y esto no tiene en cuenta el efecto del viento (sensación térmica) que reduce aún más los guarismos mencionados. Las ráfagas eran tan fuertes que levantaban piedras que golpeaban las carpas como misiles, además de cortar sus sogas de sujeción. En ocasiones, su fuerza nos empujó fuera de los senderos, a tipos fuertes, pesados y cargados con mochilas.
La visibilidad era muy mala, casi cero en ocasiones. Con las carpas en riesgo de colapsar, decidimos irnos todos al refugio construido por los alemanes que afortunadamente allí hay. Sólidamente construido en madera, resistía las piedras y el viento mucho mejor que nuestras carpas. Dios bendiga la solidez germana. Nosotros construimos refugios, y más tarde o más temprano las tormentas los destruyen. Los hacen los alemanes, y permanecen para siempre, aún si las propias montañas que los sostienen desaparecen.
Éramos ocho hombres y una mujer en un piso de 12 metros cuadrados, en el cual teníamos que dormir y cocinar. Humedad por todos lados, pedos y vómitos (¡felizmente los que vomitaban no estaban cerca de mi sobre de dormir!)
Desde el hotel en Plaza de Mulas, donde está el campamento base para subir la montaña, a 4000 msnm (casi la altura de la cumbre el Monte Blanco en Europa, y esto es sólo la base del Aconcagua), para aquellos de ustedes que conocen la zona, no se veía nada. Como si la enorme montaña no estuviera allí. Todo blanco. No había diferencias entre el cielo y la tierra, no se veía el horizonte. Tuvimos que volver hacia Horcones usando botas dobles plásticas de alta montaña hasta al menos un hito llamado Teniente Ibáñez (comienzo de “Playa Ancha”)
Nevó hasta en la carretera a Chile y el paso internacional fue cerrado (algo poco usual en verano). Dos montañistas (ninguno en mi expedición y uno de ellos no en la ruta normal sino en el Glaciar de Los Polacos. Hago estas aclaraciones para no magnificar la cosa) tuvieron dedos congelados, aunque felizmente no en forma permanente, los recuperarán, dicen los médicos. Un tercer hombre fue retirado de la montaña en estado de shock por los guardaparques y varios fueron evacuados en helicóptero hacia la “civilización”, aunque esto es rutina diaria en Aconcagua, nada especialmente relacionado con la tormenta. Finalmente, lo más lamentable, dos montañistas franceses desaparecieron ese día, pero en la Cara Sur, la verdaderamente profesional del Aconcagua (nosotros escalamos por la ruta normal o Cara Norte).
Lo malo, es que yo había llegado a Berlín (el campamento alto como ya dijimos, ¡no la capital alemana!) con mucha fuerza. Todos los otros clientes expedicionarios yacían en sus carpas, y yo estaba compartiendo tareas con los guías: quebrando hielo para despejar el suelo y poder colocar las carpas sobre tierra, recogiendo nieve para fundirla y hacer agua (no hay agua líquida a esa altura, ni nada verde, ni animales, ni vida de ningún tipo), levantando carpas. Me sentía como si estuviera a nivel del mar. Ni cansancio ni dolor de cabeza ni soroche. Nada.
Rob, vas a tener que conseguir un traductor para el texto más extenso que estoy empezando a escribir en castellano, dado que te menciono en él. Vos estabas en espíritu en Berlín conmigo. Vos has sido y seguís siendo, el mejor compañero de carpa que he tenido. Espero que esto no hiera los sentimientos de los otros. Decir que Shakespeare es el mejor escritor anglosajón, no es hablar mal de Henry James.
Marcos (C.), te vi por un instante en el “viento blanco”. La gente no creerá que vos hayas podido subir con tu única pierna, pero lo hiciste porque yo te vi allí rodeado de furia y gloria. A quién le importa lo que diga o crea la gente.
Dado que uno toma mucho jugo en polvo en la montaña (el agua no tiene ni sales ni minerales y los jugos en polvo los contienen en gran cantidad) así como galletas y pastas, yo había arreglado con amigos y contactos para enviarle a los guías un camión de productos de mi compañía antes de iniciar la expedición. Pese a esto, en esporádicas ocasiones me dieron producto de la competencia, por lo que les dije que si en el 2006 esto se repite, los mataré con mi piqueta y simularé un accidente de montaña.
Otorgué rangos militares a todos los miembros de la expedición, siguiendo mi enfoque castrense de las cosas. Así, éramos mariscales, coroneles, tenientes, cabos y soldados. Tuve mucha dificultad en hacerle entender a Adrián que, dado que él era teniente y yo cabo, no podía dirigirse a mí con un “Por favor“ o “Gracias”. Pero Adrián es un gran montañista y los montañistas son tan afectos a la disciplina militar como yo a la diplomacia y los buenos modales.
La tormenta afectó la mayor parte del país. El taxista que me llevó del aeropuerto a casa me dijo que la costanera de Buenos Aires se inundó, y que cayeron árboles que mataron personas (¡la ciudad puede ser más peligrosa que la montaña!) y en la balnearia ciudad de Mar del Plata, los veraneantes maldecían a San Pedro por no poder ir a la playa. Los barcos al Uruguay se suspendieron y los puertos fueron cerrados.
Yo todavía tengo problemas para usar el teclado, pues mis dedos no responden exactamente a las órdenes que reciben. Ojalá uno tuviera esta excusa en forma permanente para justificar faltas de ortografía.
Utilicé los servicios de Meridies, la compañía propiedad de Diego Magaldi y Diego Alolio, con la cual quedé muy satisfecho, especialmente con la presencia de ese notable guía de montaña y gran amigo que es Adrian Penzotti. También tuve oportunidad de conocer a un nuevo y eficiente guía como es Craig Ross.
La gente no entiende como “desperdicio” (es el verbo que usan) mis vacaciones anuales y gasto miles de pesos para casi congelarme, comer polenta y morir de cansancio. Yo cierro mi boca y ni siquiera intento explicarme. “Si precisás preguntar qué cosa es una Harley Davidson, nunca entenderás la respuesta”, rezaba una inscripción en la remera de un motociclista que conocí una vez en un encuentro de motos en Nueva York.
¿Cómo hacerles entender que no son tanto las cimas lo que me atrae, como la experiencia de montaña? Tú me enseñaste esto, James, el día que decidiste no esperar por las sogas para subir a la cumbre del Vallecitos “diez metros no hacen ninguna diferencia”, dijiste antes de darte media vuelta y comenzar el descenso. Tú habías escalado Denali, la más fría montaña del mundo, en Alaska y sabés de qué se trata este deporte. Nada necesitabas probarle a nadie. Ese día marcaste mi alma y mi mente para siempre. ¿Cómo explicarles que busco más intentos que éxitos? No tanto responder preguntas, sino mantenerlas abiertas (aprendí esto de vos Michelle, y tu enfoque coach de la vida. No creas que pasaste sin dejar huella). ¿Cómo explicarles que disfruto maltratando y castigando el cuerpo tanto como sea posible? Mi herencia judeo cristiana, supongo, que reclama esfuerzo y sacrificio diariamente.
Parece totalmente estúpido, lo sé, pero si Ud. pudiera sentirse tan cerca de ÉL como uno se siente allá arriba, tal vez comenzaría a entender.
Mc Arthur dijo al ser expulsado de Filipinas: “Volveré”. Y cumplió su palabra. Yo lo haré también. Quizás me tome mi familia, los ahorros de una vida, mis dedos de las manos o los pies. Reinhold Messner vio morir a su hermano en Nanga Parbat, lo dejaron dos esposas y perdió la mitad de los dedos de los pies para ser el primer hombre en subir solo el Everest, el primer hombre en subir el Everest sin oxígeno cuando los médicos decían que era imposible, el primer hombre en subir el Everest solo y sin oxígeno y el primer hombre en subir las 14 montañas del mundo con más de 8 mil metros. Quizás me tome todas las vacaciones desde hoy al día de mi jubilación. Pero volveré, seguiré intentándolo. Aconcagua es mi casa a esta altura. Y los fracasos sólo aumentan mi interés. Como una mujer que dice no en la primera, segunda y tercera citas. Sólo está echando leña a las llamas.
Si Ud. quiere durar, viva. Si quiere experimentar la vida, suba montañas.

P.D. Felicitaciones, Marcos (D.). Escuché las noticias de tu casamiento en la montaña. Los montañistas comparten sus noticias en la altura. Es la ley de la naturaleza.
La vida es la búsqueda de una cumbre, de un ideal, que justifique el haber vivido.
Dalai Lama

Aconcagua (I) (1-2003)


Domingo 29 de diciembre
Llegué a Mendoza como a las nueve de la mañana, en el mismo avión que Marcos, otro integrante del grupo a quien aún no conocía y que me fue presentado por Adrián, el guía local que nos esperaba a ambos en el aeropuerto.
Fuimos hasta el Hotel Internacional, en el centro, donde conocimos a los restantes integrantes del grupo con el que compartiremos las siguientes dos semanas. Ellos son Robert Gardner, Jorgelina Pastoriza, Diego Alollio y Adrián Penzotti –los dos guías de montaña que nos acompañarán- El grupo se completa con Macarena, la novia de Diego Alollio.
Almorzamos juntos, empezamos a conocernos, y luego fuimos a alquilar equipo –aquellos que necesitaban algo, yo ya tengo mi propio equipamiento, completo y de mi propiedad-. Sin mayores demoras partimos hacia el centro de esqui de Vallecitos, a 2800 msnm (metros sobre el nivel del mar, de aquí en adelante lo abreviaremos de esta manera), donde yo ya me había quedado el año pasado. (¿Ya leyó mi crónica de esa expedición? ¿Qué espera?) y donde ahora estamos tomando té –la bebida montañista por excelencia-, charlando, escribiendo y profundizando un poco en nosotros mismos. Jorgelina y Marcos se conocían de una expedición –frustrada por el clima- al Lanín, todos los demás somos completamente desconocidos unos para los otros. Rob resultó amigo de Laurie Halas, una macanuda –y atractiva- californiana que vino conmigo a la expedición de Vallecitos el año pasado. Laurie es montañista, danzarina de danza de vientre, capitana de bomberos y si esto fuera poca variedad para una sola persona, escribe muy bien (ha compartido conmigo relatos de sus viajes y aventuras)

Lunes 30 de diciembre
Nos levantamos sin prisa y desayunamos ídem. Cerca del medio día, subimos hasta el primer campamento a portear equipo. Volvimos a dormir al refugio del centro de esqui. El grupo es bastante diferente en sus habilidades al del año pasado (no hay tan buenos ni tan malos como el año pasado) Se extraña a James y Laurie en la montaña.

Martes 31 de diciembre
Partimos una vez más al campamento inicial, con mal tiempo. A la tarde hicimos –hizo Diego- unas pizzas y terminamos celebrando en el final de una tarde fría, el año nuevo con vino tinto y pan dulce Canale a 3300 msnm. No dio para quedarse hasta medianoche despiertos, mucho frío.

Miércoles 1 de enero de 2003
Nos levantamos sin apuro para terminar partiendo del campamento 1 a las 11 de la mañana. Una mula cargará las carpas y la comida. Nos tomó cuatro horas llegar al Campamento 2 “El Salto” a 4200 msnm. Marcos no se siente del todo bien, se encuentra afectado por la altura. El tiempo está como de costumbre aquí, cambiante. Pasa de calor a frío o hasta lluvia en pocas horas. Cae el sol. Nos preparamos para la cena. Polenta o pasta, mucha variación no hay.

Jueves 2 de enero de 2003
Día de descanso en “El Salto”. Yo me levanté primero que nadie –a las 9, doce horas después de habernos acostado- y se me ocurrió limpiar de heces y basura un lugar que por estar muy protegido por una gran roca era ideal para cocina. No sólo nadie me agradeció el esfuerzo (cargar piedras a 4200 msnm no es cosa sencilla, recoger basura y heces ajenas no es agradable tampoco ni seguro) sino que Marcos, Adrián y Diego me maldijeron en cinco idiomas por haberlos despertado. Me disculpé, claro, dado que no se me ocurrió pensar que alguien podía estar durmiendo doce horas después de haberse acostado, pero parece que era el caso. Nadie usó el área que limpié lo que no me preocupó ni desalentó. Sé que otras expediciones en el futuro la usarán.
A la tarde hicimos una caminata leve. Al retorno medimos saturación de oxígeno en sangre y pulsaciones en reposo. Los números mostraban claramente la falta de condicionamiento físico del conjunto (pulsaciones en reposo muy altas una hora después de haber parado)

Viernes 3 de enero de 2003
Salimos a eso de las siete con el propósito de hacer cumbre. Casi todo el grupo en el cerro Vallecitos (5500 msnm) y Adrián y yo en el cerro El Plata (6000 msnm) –dado que yo ya había subido el Vallecitos el año anterior-. Nos dividimos a mitad de camino o antes, habiendo Adrián y yo perdido una importante cantidad de tiempo al mantener el ritmo del grupo hasta ese punto. Esa pérdida de tiempo la pagaríamos luego en alguna medida.
Llegados a un col o portezuelo, el camino a El Plata se hace interminable, ya que rodea la cumbre en no menos de 200 grados –o sea media vuelta y pico- para evitar la falsa cumbre, que implicaría subir y bajar para volver a subir, lo que es mortal para el cuerpo.
La realidad es que no pude más, llegué absolutamente a mi límite y sensatamente decidí volver, aunque me faltaban no más de 250 metros verticales. (No vayan a pensar que es poco, representan por lo menos una hora y media). Caso contrario hubiera tenido problemas para volver, o hubiera tenido que requerir la ayuda de Adrián. Y subir una cumbre es subirla y bajarla solo, sin ayuda de nadie ni siquiera para cargar la mochila de uno. Nunca un seis mil había estado tan cerca de mí, nunca había perdido uno por tan poco. No fue un fracaso de todos modos, pues hice 1600 metros de desnivel o vertical drop y superé mi punto más alto (Llegué a 5800 metros estimo, contra 5550 que tiene la cumbre de El Plomo en Chile, el punto de mayor altitud que yo había alcanzado hasta este día.) Pero en realidad, en este negocio del montañismo sólo cuentan las cumbres alcanzadas y eso yo no lo conseguí. Así son las cosas. Dios, el destino o la montaña tenían otros planes.
Retornamos al campamento a eso de las 19, o sea luego de permanecer doce horas en pie. Del grupo que fue a Vallecitos, Marcos se detuvo en el col a 5200 msnm, Rob hizo cumbre y Jorgelina casi (sólo le faltó subir un peñón rocoso en el final, cosa que Rob sí hizo). Macarena decidió volver aún antes del punto donde se detuvo Marcos.

Sábado 4 de enero de 2003
Aún luego de cenar ayer, con té y sopa, y aún después del desayuno de hoy, mi orina es amarilla fuerte como no la había visto nunca antes. Prueba de la total deshidratación con que llegué al campamento ayer. Tomé dos litros de agua en todo el día de ayer, cuando debí haber tomado unos seis, de ahí el problema y de ahí el haberme quedado a mitad de camino con el motor parado. Después del desayuno descendimos al centro de esqui (salteándonos el campamento 1 usado en el ascenso). Demoramos como cuatro horas pues la velocidad del grupo no es alta, ni siquiera en descenso. En el centro de esqui nos pusimos alguna ropa seca y nos subimos al transporte que nos estaba esperando y que nos llevó a Puente del Inca. Almorzamos en un restaurante en la ruta, primera comida con ensalada y postre en una semana. Camino a Puente del Inca paramos en Uspallata, una pequeña ciudad donde compramos algo de comer y varios llamaron a sus familias por teléfono. En Puente del Inca nos alojamos en el casino de oficiales de la guarnición allí existente. Durante todo el día bebí abundante agua y para el final de la jornada, ya había mi orina recuperado su color normal –casi blanco o transparente-

Domingo 5 de enero de 2003
Día de descanso en Puente del Inca (2720 msnm). Fuimos a conocer el famoso puente de piedra sobre el río Mendoza que da nombre al lugar. Y también a visitar los baños termales que allí hay y que yo había conocido unos treinta años atrás con Mamé y Ana en un viaje a esta región. Están tan lamentables y deteriorados como entonces o aún peor. No sé como alguien se puede meter en esas piletas deprimentes y totalmente arruinadas, tan ruinosas que presentan un espectáculo decadente y tortuoso, pero Diego y Macarena lo hicieron.
Saqué varias fotos, incluidas algunas de un hotel muy grande construido en 1905 y que fue totalmente arrasado por una avalancha en 1965.
En este casino de oficiales de Puente del Inca hay Direct TV (el ejército tiene el paquete completo, menos condicionadas, a cambio de acoger y cuidar la antena parabólica propiedad de Direct TV que recibe para todo el pueblo, así que una tarde nos vimos “The Last Castle” (El último castillo) con Robert Redford en el rol protagónico, una entretenida película de acción que mi lado castrense disfrutó mucho. Allí aprendimos una parte de la marcha de los Marines (cuerpo de infantería naval de los EE. UU., primera fuerza de choque o invasión que ese país tradicionalmente ha enviado a sus intervenciones en el exterior)

Dice así:

From the halls of Montezuma
To the shores of Tripoli,
We fight our country's battles
In the air, on land, and sea.
First to fight for right and freedom,
And to keep our honor clean,
We are proud to claim the title
Of United States Marines.

Desde los arcos de Montezuma
A las costas de Tripoli.
Peleamos las batallas de nuestro país
En el aire, la tierra y el mar
Los primeros en pelear por el derecho y la libertad
Y en mantener limpio nuestro honor
Estamos orgullosos de llevar el título
De Infantes de Marina de los EE. UU.

Continúa, pero el resto no conseguimos retenerlo. El uso que hicimos de la misma en nuestras marchas no implicaba identificación ideológica alguna con los Marines o sus intervenciones en el mundo. Sólo que como toda marcha militar tiene su fuerza, su ritmo y sirve para motivar en momentos de decaimiento físico.
La película la vi sentado al lado del capitán de la guarnición, un hombre joven e inteligente –notoriamente más capaz que sus subalternos, a quienes explicaba las sutilezas del filme, que claramente escapaban a las mentes un tanto simples de sus colaboradores.
Yo sé que contando esto me ganaré la crítica de muchos de ustedes que no sienten especial simpatía por los Marines. Yo podía no haber hecho comentario alguno, ignorado el punto y me hubiera ahorrado esas críticas de varios, por identificarme con lo que desde su punto de vista es “lo más recalcitrante del imperialismo”. Pero la verdad es que esto pasó, y no es mi intención contarles otra cosa que la verdad. Guste o no, una crónica no puede traicionar la realidad de los hechos.

Lunes 6 de enero de 2003
Partimos en un camión militar a Horcones, (2850 msnm) el acceso al Parque Provincial Aconcagua (Horcones está a no más de cuatro kilómetros de Puente del Inca). Desde allí y luego de hacer los trámites de rigor frente a los guardaparques, caminamos 38 kilómetros, desde 2800 msnm a 4370 (altitud a la que se encuentra Plaza de Mulas, campamento base del Aconcagua) Demoramos algo más de once horas. Marcos llegó muy cansado y último, pero llegó, que es lo más importante. En Plaza de Mulas uno puede quedarse en la romería que es el campamento- formado en esta época del año por unas 300 carpas- o en el hotel a unos veinte minutos a pie del campamento. Nosotros por suerte parábamos en el hotel. Entre Horcones y Plaza de Mulas, hay un campamento intermedio llamado “Confluencia” (porque es donde se juntan el río Horcones superior con el Horcones Inferior) que nosotros no usamos.
Desde Horcones se accede también a Plaza Francia, el campamento base de la temible Pared Sur del Aconcagua de la que hablaremos en detalle más adelante
Para ir a Plaza Francia, en confluencia se continúa por el valle del río Horcones Inferior, mientras que para ir a Plaza de Mulas se va por el valle del río Horcones superior (ambos ríos como creo que ya quedó claro, se juntan en “Confluencia”)
Hay un tercer campamento base para el Aconcagua que es Plaza Argentina, con un ingreso totalmente distinto, no se va desde Horcones. Plaza Argentina es la base para subir la vía conocida como “de los polacos”, intermedia en dificultad entre la Normal y la Pared Sur

Martes 7 de enero de 2003
Día de descanso en el refugio. Me levanté como siempre antes que nadie y me puse a leer “Music, Brain and Ectassy” de Robert Jourdain, un libro magnífico.
Una vez más, Marcos y Diego se me quejaron del ruido que hice –hice lo imposible por agarrar mi libro y mis zapatos e irme abajo, pero aún así interrumpí su frágil sueño, parece- por lo que me pidieron que me fuera a dormir a otro cuarto la próxima noche, lo que hice. Un poco me dolió –varios en el grupo roncan como troncos impidiéndome dormir durante horas pero esto parece no motivar comentario alguno-
No hicimos casi nada en el día como no fuera una caminata de veinte minutos hasta el campamento para conocerlo y para arreglar algunas formalidades con los guardaparques allí estacionados. Hay un puesto médico en el campamento y otro en el hotel -y un tercero en el campamento intermedio denominado “Nido de Cóndores”-. Los médicos tiene poder de policía y pueden ordenar la evacuación forzada de quien ellos consideren no se encuentra en condiciones de permanecer en altura. De hecho evacúan manu militari un promedio de una persona por día. Lo hacen en helicóptero de la gendarmería hasta la ruta (Horcones). El helicóptero es pago con el ingreso al parque, cien pesos argentinos para nacionales y 200 dólares para extranjeros. Con el cambio actual, una cosa representa siete veces más que la otra. Hay varios pilotos de helicóptero en Aconcagua, pero uno es el capo de todos. Le llaman “el monstruo”, y es un gordo impresionante de tupidos bigotes. Se dice que es el mejor piloto del país, el que toma los casos más riesgosos, el que ha realizado los rescates a mayor altura. Yo lo perseguí para sacarme una foto con él pero siempre que me acercaba al helicóptero, no era él el que estaba manejando. Escurridizo, fantasmagórico, esa evasión no hizo en mí más que aumentar el mito, transformarlo en un segundo Gardel.
Todos los años mueren algunas personas en Aconcagua, esto es inevitable, una cuerda rota en la ruta de los polacos, un edema pulmonar o cerebral, son moneda más o menos corriente. Este año la cosa viene muy bien, sólo murió una persona, un coreano. El accidente casi no puede calificarse de accidente de montaña. El nabo se subió a un boulder a sacar una foto y se cayó. Así de simple. Como matarse en la bañera, más o menos.
El hotel o refugio merece un párrafo aparte. Fue construido por un empresario vitivinícola mendocino hace unos años con un préstamo del Banco de Mendoza –propiedad del estado provincial- en tiempos de la gobernación de Octavio Bordón. De los cuatro millones de pesos o dólares prestados, se invirtieron sólo dos en el hotel (por eso está incompleto). Pero el Banco de Mendoza no recibió nada de vuelta, ni siquiera los dos millones. El dueño –que debe haber compartido los dos millones de regalo con el gobernador Bordón, otra no hay- ahora alquila el hotel a un operador al que le cobra un canon mensual. Se lo construyó a veinte minutos del campamento pues el camping está sobre un glaciar y el hotel había que construirlo sobre suelo firme, sobre roca y esto no abunda. Mucho del suelo que parece roca firme es sólo piedra sobre glaciar que está cubierto pero se mueve.
El hotel está decorado con decenas de banderas y camisetas con logos y firmas de las decenas y centenares de expediciones que por aquí pasaron. En promedio, sólo un diez por ciento de quienes intentan escalar el Aconcagua, consiguen tocar su cumbre. Encontré un pequeño banderín uruguayo con el nombre de Gerardo Ismach que vino tres temporadas (1996, 1998 y 2000), aunque no aclara si hizo cumbre. Pequeño y escondido el banderín, como corresponde al baj perfil profile que siempre ha caracterizado a mis compatriotas.
El comedor es bueno, las ventanas cierran perfectamente bien, permitiendo “ver” el frío y el viento a través de los cristales sin sufrir sus inclemencias. Pero nunca se construyeron los cielorrasos y lo peor de todo, los baños no tienen descarga, hay que cada vez desagotar en el inodoro un balde da agua, lo que es un tanto grotesco e innecesario.
La mitad de las 76 camas del hotel estaban ocupadas por 35 empleados de TV3, un canal de la televisión catalana que aquí está filmando un reality show llamado “El Cim” (la cumbre, en catalán) con tres chicos y tres chicas a un costo de 400 mil dólares. Charlamos mucho con ellos que son educadísimos y muy profesionales. Se trajeron toneladas de equipo en helicóptero, platos parabólicos varios, un gran generador y mandan el filme directamente a Barcelona por satelite ¡Y lo ven en tiempo real!
En el camino de Horcones a Plaza de Mulas, los guías nos hicieron cruzar tres ríos con las botas puestas, una decisión absurda y propia de quien no entiende lo destructivo que es para los pies el tener que desplazarse decenas de kilómetros dentro de una bota llena de agua. Felizmente las pude secar perfectamente en el refugio en una estufa a queroseno.
Los muchachos que atienden el refugio son notables. Jóvenes muy dispuestos que están todo el día atendiendo gente en castellano o tosco inglés, que se perdona totalmente por su positiva actitud.

Miércoles 8 de enero de 2003
Durante el desayuno tuve el placer de escuchar el CD que contiene los únicos dos temas que Astor Piazzolla y Aníbal Troilo grabaron en dúo de bandoneón. Una joya que me motivó para el esfuerzo que se venía.
Partimos del hotel hacia “Cambio de Pendiente” (también llamado “Alaska”), un lugar a 5200 msnm donde instalaríamos nuestro primer campamento. Hay un campamento anterior, más bajo, llamado “Canadá” (4910 msnm) que algunos utilizan pero dado que nosotros contábamos con la aclimatación de Vallecitos, esta parada no se hacía necesaria.
Hasta “Canadá”, Diego Alollio –uno de nuestros guías- me ordenó mantenerme dentro del grupo, lo que no fue del todo fácil porque caminar lento es tan ineficiente como caminar rápido. Felizmente de “Canadá” a “Cambio de Pendiente” me liberó y pude marchr con un grupo de alemanes que se movían exactamente a mi ritmo. Marcos llegó a “Cambio de Pendiente” muy cansado, muy en el límite.

Jueves 9 de enero de 2003
Día de aclimatación en “Cambio de Pendiente”. Marcos encontró su límite y decidió bajar. Aunque su resultado final no sea notable estrictamente hablando, hizo un encomiable esfuerzo pues había considerado volverse a Buenos Aires directo de Vallecitos, al no haber podido superar allí el col de 5200 msnm. Pese a eso, no sólo fue al campamento base o al refugio en Plaza de Mulas sino que inclusive subió un campamento.
Rob y yo tenemos fisiologías similares, ambos necesitamos siempre un día de descanso al llegar a una nueva altura, pero luego de ese día nos sentimos esencialmente bien.
Aunque a nosotros nos toma días y semanas subir el Aconcagua, un grupo de franceses del Groupe Militaire de Haute Montagne, un grupo de elite que en lo formal pertenece al ejército francés pero que en la práctica funcionan con todas las informalidades y excentricidades de los montañistas profesionales y de elite del mundo, subió del campamento base a la cumbre en cuatro horas y media. Pero unos años después, dos italianos establecieron el que por ahora es el récord definitivo. Tres horas y media del base a la cumbre. Unas bestias los tanos. Otro récord es el de la persona de más edad que hizo cumbre. Lo tenía un cordobés de 71 años, esos días que estuvimos nosotros, fue superado por un tano de 73. Tomá mate mi china, tomá mate.
Hablemos un poco de mis compañeros en detalle.
Marcos tiene 46 años, es porteño típico, soltero, vive en Barrio Norte, trabaja en el buffet del padre –también abogado- Jorgelina, soltera de 31 años, nacida en Tierra del Fuego pero radicada en Buenos Aires, es ingeniera electrónica y trabaja en Impsat, una empresa argentina de telecomunicaciones.
Un párrafo aparte merece Adrián, nuestro guía local, mendocino de 26 años. Siempre de buena onda, siempre con ganas de seguir, capaz de caminar al ritmo de todos, sea que anden rápido o más despacio, me acompañó –él y yo solos- en los intentos de cumbre tanto en El Plata como en Aconcagua. Volvería sin duda a subir montañas con él y espero que así suceda.
Otro párrafo aparte merece Rob, americano, químico farmacéutico retirado radicado en Florida cerca de Boca Raton, un barrio muy concheto. Rob sólo salió de los EE. UU. unas tres veces a México y una a Canadá. Vivió en varios lugares de EE. UU. por su trabajo y es en todos los sentidos imaginables, un norteamericano típico, con valores norteamericanos, ambiciones norteamericanas. Uno de sus hijos, el mayor, acaba de enrolarse en la Infantería de Marina de los EE. UU. (the Marines). Esas personas en general escuchan lo que dice el Departamento de Estado en su página web y ni remotamente se largarían hoy en día a un país como la Argentina. Rob se jugó y lo hizo, vino sin saber siquiera si podría comunicarse con sus compañeros de expedición –felizmente para él y todos, no había ninguno que no hablara inglés correctamente- Cuando llegó a Mendoza, no sabía en realidad si alguien lo estaría recibiendo o todo había sido un gran fraude internético y lo dejarían varado en una ciudad del interior de un país desconocido y en crisis. Creo que hizo un notable esfuerzo de apertura a cosas nuevas que merece ser valorado, que yo valoro y aprecio. Llegó hasta “Berlín”, lo que no es poco. Y fue un excelente compañero de carpa, siempre dispuesto a salir él a vaciar botellas de pis o buscar algo en el medio del frío.
Diego Alollio tiene 34 años y es guía de montaña. Tiene claramente una mayor formación teórica que Adrián pero también una menor formación práctica en estas montañas. Es instructor de NOLS, una especie de boy scouts americanos, aunque sé que a Diego no le va a gustar esta simplificación.
Macarena, que tuvo que dejarnos por motivos personales después de Vallecitos es chilena y tiene 28 años. Es la novia de Diego. Onda chica de Las Condes, vio. (equivalente del Barrio Norte porteño)

Viernes 10 de enero
Partimos de “Cambio de Pendiente” a “Berlín”, el segundo y último campamento de altura, a 5900 msnm. Llegamos todos los que salimos de “Cambio de Pendiente”. “Berlín” es notablemente menos confortable o humano que “Cambio de Pendiente”. Hace allí mucho frío, estar en la carpa es aburrido y estar afuera incómodo. No hay espacio para salir a caminar pues el lugar tiene una superficie limitada y está en su totalidad lleno de carpas.

Sábado 11 de enero
Sólo Jorgelina decidió probar cumbre ese día. Salió con Diego y llegó poco más allá de Piedras Negras a 6200 msnm. A las diez y media estaban de vuelta. Rob y yo nos quedamos pues una vez más, los dos sentimos que necesitábamos un día de descanso al alcanzar una nueva marca de altitud. A la tarde, Rob bajó al refugio en Plaza de Mulas acompañado de Cesar, uno de los porteadores de equipo. Esto implicaba arrojar la toalla y otorgar la pelea. Jorgelina y yo nos quedamos, con la intención de volver a probar cumbre el domingo.

Domingo 12 de enero
Segunda noche en Berlín. Jorgelina decidió no salir, yo fui montaña arriba con Adrián. Diego se quedó con Jorgelina. Tanto ella como yo lo notamos notoriamente cansado –a Diego- lo que no tiene nada de malo, los guías también son humanos.
Diego me trajo muy amablemente té y budín a mi carpa como desayuno. Salimos con Adrián a las siete. Pasamos Piedras Negras, luego “Independencia” – el refugio más alto del mundo a 6370 msnm, y luego avanzamos a “Portezuelo del Viento” a aproximadamente 6450 msnm. Independencia no es usado ya como campamento para dormir y así acortar el brutal esfuerzo que significa ir de “Berlín” a cumbre, pues si ya es difícil dormir en “Berlín” (5780 msnm) es casi imposible hacerlo en “Independencia” a 6370.
Antes de salir de “Berlín”, Diego me dijo: “No te olvides de volver en hora como para..”., lo que quiso decir fue: “Por favor no intentes cumbre, pues todos estamos podridos de la montaña y queremos bajar”.
A mi me quedaban dos alternativas, o hacer la individual e intentar cumbre –lo que implicaba volver a dormir a “Berlín”, ya que es imposible hacer cumbre y bajar a Plaza de Mulas el mismo día o permitir que se hiciera realidad el deseo de Diego y todos pudieran bajar a Plaza de Mulas ese día, volviendo antes de la cumbre. Rob y Marcos ya estaban en Plaza de Mulas y seguramente aburridos allí. Además, en Mendoza Diego iba a reencontrarse con su novia Macarena, lo que comprensiblemente lo motivaba mucho a bajar (si uno tiene poco más de treinta años como Diego y ella luce como luce, esto es totalmente natural, créanme)
Opté por lo mejor para el grupo, aunque francamente, estaba igual o mejor que la mayoría de los otros veinte montañistas –noruegos, argentinos y españoles- que en el Portezuelo decidieron continuar a cumbre. Salimos con Adrián una media hora después que los noruegos y para “Independencia” ya los habíamos alcanzado. Pusimos dos horas y 45 minutos hasta ese campamento alto, lo que es totalmente correcto y dentro de un plan que permite intentar cumbre.
Empaqué todas mis cosas en “Berlín” y con Adrián y Jorgelina bajamos hasta el hotel, donde llegamos como a las 19. Yo llegué totalmente destruido, caminando sin fuerzas y como borracho (lo que no es de sorprender, dado que no había comido casi nada y había realizado un brutal esfuerzo).
Rob nos esperó horas en la puerta del hotel para sacarnos unas fotos que seguramente son notables, que reflejan como ninguna otra la cara de cadáver que yo tenía al llegar.
Yo no pude dormir mucho tampoco esa noche, pues el cuarto es colectivo y varias personas roncaron como troncos otra vez.

Lunes 13 de enero
La notable cena del hotel y el también notable desayuno así como la noche de sueño, recuperaron maravillosamente mi organismo. A las 10 partimos del hotel rumbo a Horcones. Yo me largué solo por dos motivos, uno que no me banco caminar a ritmo medio del grupo que para mí es lento e ineficiente, y porque no estaba dispuesto a repetir la tontería de mojar las botas (Crucé todos los ríos descalzo sin problema alguno, lo que era obvio pues el lecho es de cantos rodados)
Llegué a Horcones bastante antes que todos y esperé comiendo y charlando con Gustavo, el chofer de la camioneta que allí nos aguardaba. Gustavo es un hombre simple y trabajador, nada deportista ni intelectualizado, que pone mucho esfuerzo para mantener a su familia. Tiene mucho más para enseñarle a uno que otra personas a las que la vida les proporcionó mucho mayores oportunidades.
Pasamos por la guarnición militar a retirar algunos bultos que allí habíamos dejado, así como para levantar los que habían bajado con las mulas ese día desde el refugio. También nos sacamos unas fotos con el soldado González, a cargo de todos los servicios del hotel militar.
Llegamos al Hotel Internacional en Mendoza como a las once de la noche. Nos bañamos todos y nos encontramos en un restaurante frente al hotel a comer como Dios manda, lo que en mi caso significa pescado y ensaladas de verduras (En Puente del Inca nos habíamos comido un lomito, equivalente al chivito uruguayo, con carne vacuna y huevos)
Luego de una cena regada por dos botellas de buen tinto mendocino -elegidas por Jorgelina que es sommelier o enóloga-, terminamos la noche a la una y media en una heladería, tomando helado en una mesa en la vereda, rodeados de parejas que se iniciaban en la intimidad, un grupo de amigas a la búsqueda de un levante, algunas familias. Dos músicos o juglares alegraban la noche y pasaban la gorra.
Le dije a Rob que comparara la realidad que estaba viviendo con los terribles reportes del Departamento de Estado norteamericano sobre la Argentina que se encuentran en Internet y a los que tantos americanos creen a pie juntillas. ¿Ves cuanta mentira se dice, Rob? ¿No será que parte al menos de lo que ese departamento nos dice sobre Irak también es falso?
Martes 14 de enero.
Volvimos a Buenos Aires Marcos y yo, los demás se quedaron en Mendoza. Yo no estaba dispuesto a permanecer allí ni una hora más que lo mínimo indispensable. Mis vacaciones son para subir montañas o correr maratones, no para no hacer nada en ciudades del interior. Para eso prefiero volver a la oficina. Quería volver en el día a Kraft, pero una demora de cuatro horas en la partida del avión, me lo impidió.
Terminé llegando a casa como a las nueve de la noche, y quedándome a charlar y compartir vino con una pareja de amigos que se encontraban cuidando la casa.

Hablando de equipamiento:
Intentar subir el Aconcagua de una manera profesional e inteligente, implica ponerse arriba al menos un millar de dólares, si no más. Empecemos por el pecho: uno debe llevar cuatro pieles o capas, la primera pegada al cuerpo e inamovible durante toda la expedición, la segunda al igual que la primera es de polipropileno, algo más abrigada y no ajustada a la piel. La tercera es una campera polar y la cuarta una chaqueta cortaviento de Gore-Tex (marca registrada que permite al tejido respirar pero lo hace impermeable a la lluvia, o sea, el líquido pasa en un solo sentido, de adentro para afuera). Hay una quinta campera que rarísima vez se usa con todas las anteriores (salvo quizás al principio de un día de cumbre, cuando se alcanza el máximo frío) pues parecería uno el muñeco de Michelin. Esta es una campera de duet o pluma de ganso (también hay en fibras artificiales, pero ni siquiera la tecnología del siglo XXI ha conseguido fabricar un aislante más efectivo que las plumas del noble animal con nombre de tonto). Las camperas de pluma de ganso se clasifican según el tamaño de la pluma usada en su fabricación. Cuanto más chica la pluma, más calidad y aislación, mayor el número identificatorio (llega a 700 como en mi campera, cuando se usan las plumas del cuello)
Vamos ahora a los miembros inferiores: Primera capa similar a la del pecho, también pegada al cuerpo. Luego dos capas más, una más abrigada que la otra y finalmente un pantalón cortaviento de Gore-Tex.
Lo peor es que en la montaña puede pasar de hacer mucho calor a mucho frío en horas (30 grados de amplitud térmica no son raros y pueden darse 40) por lo que hay que hacerse a la idea de andar sacándose y poniéndose ropa varias veces.
Pies: botas dobles que como el nombre lo indica constan de dos partes, una interior, de tela, gruesa, que esencialmente provee aislación térmica pero no tiene resistencia mecánica. Esta parte interior va dentro de una carcaza plástica que la protege y aísla del agua y la nieve. En total, un par de botas de este tipo pesa cinco kilos o casi, y cuesta unos 300 dólares. Estas botas se parecen a las de esqui o de randoné pero no son iguales. Además de esto uno debe contar con un buen par de botas para andar, también de Gore Tex en su cobertura exterior y suela Vibram en su base (por la calidad y el amarre al piso que tiene esta notable marca registrada de suelas) para los días de caminatas de aproximación, donde no hay temperaturas tan extremas que justifiquen las plásticas. Acostumbrarse a caminar con botas pesadas y rígidas como las dobles de plástico, lleva su tiempo, no es sensato usarlas por primera vez en una montaña como el Aconcagua.
Además de las botas, los pies requieren medias gruesas, muy abrigadas. Aquí se usan medias con alto porcentaje de lana y el resto de material sintético. La lana y la pluma de ganso son los únicos materiales naturales aún en uso en la indumentaria de montaña. El algodón ha desaparecido totalmente y no tiene lugar ninguno en la mochila de un montañista.
Cabeza: protector solar de veras (bloqueador, 60 o más) no las porquerías que venden en las farmacias, protector de labios, pasamontañas de seda para los días de calor, de polipropileno para los días fríos, y sombrero alado y con respiración para protección solar. También lentes UV para montaña, para evitar el daño que el reflejo de la nieve hace en los ojos.
Manos: guantes finos, mitones (guantes muy gruesos que tienen sólo definido el dedo pulgar) y cubre mitones (guantes finos, de Gore-Tex, que protegen a los mitones de la nieve).
Mochila: debe ser de 85 litros, armazón interior y regulaciones varias que le dan flexibilidad en el uso, sea cuando se la llena al máximo o los días de cumbre, que se la usa casi vacía. Una Gregory (top of the line) como la mía, no baja de 250 dólares.
Sobre de dormir: También de pluma de ganso. Los hay de 0 grados, menos 10 grados, menos 20, menos 30 y menos 40. Este último es el recomendado y Ud. puede adivinar lo que le va a costar. Usar de menos como hizo alguno de mis compañeros, implica pasar frío, tener que dormir con tres capas de ropa y otras tantas prestadas para poner arriba del sobre.
Colchoneta: Están las comunes de espuma y las mucho mejores inflables llamadas Therm-a-Rest. Estas son infinitamente más cómodas y aíslan mejor del frío del piso. Obvio, son mucho más caras. ¿Pero es que hay algo bueno barato hoy en día?
Otros: Hacha de hielo, también llamada piqueta de montaña (preferiblemente de acero al carbono que es más liviano) para seguridad en caso de caídas, grampones (bases de metal para las botas, con 12 puntas que permiten caminar sobre hielo con total seguridad), bastones regulables en tres tramos, permiten caminar con mucha mayor facilidad que sin ellos una vez que se aprende a usarlos. Descargan mucho peso de las rodillas y dan equilibrio tanto al subir como al bajar. Es casi como tener cuatro patas.
Linterna de cabeza para los días que se sale a caminar de madrugada y no hay luna y para moverse en la carpa de noche. Sistema de hidratación (sean botellas Nalgene o “camellos” de espalda). Recuerde que hay que tomar no menos de cuatro litros de agua por día aún si uno no tiene ganas, y si es día de caminata fuerte, probablemente sean necesarios seis litros.
Botella de pis: (para orinar en la carpa sin tener que salir a la noche) Algunos tienen una botella especial. Los menos finos, como yo, usamos una de las de agua, a la mañana la vaciamos bien, la llenamos con agua y ojos que no ven, corazón que no siente, tomamos de ella durante el día sin problema. Es absurdo cargar más gramos que es lo que pesa otra botella. Todos estos envases son especiales, no botellas comunes, pues si no cerraran impecablemente imagine lo que puede suceder, ya que dormirá Ud. con su botella de agua y de orina dentro del sobre de dormir (para que no se congelen). Además están hechos de buen plástico, pues el de mala calidad se quiebra con los fríos extremos. Yo he visto botellas plásticas partirse en dos en la mano de quien iba a usarlas por este motivo.
Además, en el sobre meterá el interior de las botas dobles y las pilas de la cámara de fotos. Ninguno de estas cosas puede congelarse, sin que Ud. tenga un problema
Polainas: son una funda que cubre la parte inferior de la pierna y la superior de la bota, transformando ambas en una unidad, e impidiendo que piedras, hielo y nieve entren en la bota.
Todo esto se precisa, si uno no lo tiene tendrá que alquilarlo. El alquiler ronda un 25% del costo de la mercadería, o sea con cuatro expediciones largas, se amortiza el costo de compra, y se tiene la seguridad de usar lo mejor y a la medida de uno.
Y no hago referencia aquí a carpas ni calentadores ni ollas pues esto en las expediciones pagas lo pone siempre el guía. El calentador se usa no sólo para cocinar, sino para la aún más imprescindible tarea de fabricar agua líquida a partir de la nieve. Recuerde que no hay ríos que fluyan allá arriba, sólo nieve. Y que el volumen específico de la nieve es menor que el del agua líquida, lo que en buen criollo quiere decir que tendrá que recoger varias bolsas de nieve (para cavarla sirve también el hacha de hielo que se usa como seguridad) para poder tener agua para cocinar y beber. En general, desde que se llega a un campamento hasta que uno se va a dormir, el calentador no para de fundir nieve para uno u otro uso
Cubiertos (sólo cuchara y cuchillo) un plato y una jarra térmica (para té, sopa, etc.)
Último pero no menos importante, una buena y liviana cámara de fotos, recuerde que Ud. querrá recordar esta experiencia toda la vida, contársela a sus amigos e hijos. Ojo con las cámaras digitales, las baterías no aguantan un día en la altura, vaya a saber por qué.
Sobre el sexo en la montaña:
He notado que muchas personas tienen visiones totalmente falsas de este tema, a juzgar por las preguntas que me hacen. Cabe aclarar que en la montaña no hay más de, diría yo, 15% de mujeres, si bien este porcentaje está en franco aumento, ya que las mujeres por suerte cada día comprenden más que no hay campo alguno que necesariamente les esté impedido. Además, debe considerarse también que debajo de tanta ropa uno no sabe si está Claudia Cardinale o la Madre Teresa, por tanto todo avance prematuro hace que uno corra el riesgo de que le pase como al del tango: “…Era tan fulera que la vi y di un grito”
Además, nadie carga peso de más hacia arriba, por lo que los elementos que harían al sexo seguro son en los campamentos altos como los libros: objetos raros, que todos desearían tener para un día de aclimatación o descanso, pero que nadie está dispuesto a cargar.
Para sustituir los libros, hay dos técnicas: Una es recitarse poemas aprendidos de memoria, otra es copiar poemas del autor preferido de uno en letra chica, sin espacios blancos, doble faz y sin márgenes. Así, en una hoja carta caben 50 poemas de Borges. Para sustituir al sexo, bueno, no creo que sea necesario que yo me explaye en este punto, ¿No?
Esto sin contar que pocos montañistas están en condiciones de dejar bien alto el prestigio del género masculino frente a una dama, luego de subir o bajar montaña por espacio de 10 a 12 horas seguidas a cuatro, cinco mil metros o más. En esas ocasiones, uno encuentra mucho más estimulante una conversación con un colega de otro país, con el que se pueden cambiar culturas, ideas, experiencias.
En realidad y ahora en serio lo de las mujeres en la montaña es de veras elogiable. Considere que buena parte de lo que hay que cargar, es independiente de si uno es hombre o mujer. Y como ellas pesan menos en promedio, terminan cargando más que nosotros, medido en porcentaje del peso del cuerpo.
La otra desventaja con que ellas cuentan, es el no poder orinar fácil en un tarrito por la noche sin siquiera salir del sobre, como hacemos nosotros. Al respecto, Rob elogió mi espectacular técnica de orinado nocturno. Yo meo sin salir del sobre de dormir, sin incorporarme, sin prender la linterna de cabeza, una maravilla. El secreto consiste en mantener una falange de un dedo dentro del tarro para estar seguro de no exceder su capacidad, con consecuencias que no creo necesario detallar. Los otros cinco dedos de la otra mano mantienen el miembro “cabeza abajo” asegurado y preso en el interior del tarro, impidiéndole salir de excursión en medio del proceso sin haber cerrado el flujo de líquido, lo que sería otra tragedia. Hay un tema que no he conseguido resolver, sin embargo, y es el que ya desveló a Platón. Las últimas cinco gotas que inevitablemente terminan o en la ropa o en el sobre de dormir. Con el paso de los días, agréguese el sudor brutal, las manchas de comida y de protector solar, los mocos (y sí, ¿Qué pensás, que llevo un pañuelo aparte?) y se comprende que luego de una semana en la montaña, sin ducha ni inodoro, uno huele como el mismísimo Satanás, pero no a azufre precisamente.
Puede parecer que difícilmente se exceda la capacidad de un tarro de un litro, pero no es así. Con toda el agua que uno toma, seguramente orinará al menos un litro, tal vez uno y medio durante la noche. Si la botella se llena, simplemente uno abre la carpa y la vacía procurando no mojar las mochilas, bastones, y carcazas de botas que han pasado la noche en el ábside de la carpa.
Para ellas, orinar significa salir de la carpa al menos hasta el ábside. Y si uno duerme con ellas o a su lado, implica despertarse seguro, lamentablemente, con tanto cierre que se abre y se cierra. Por eso como compañero de carpa, es mejor un amigo. Ud. precisa dormir, créame. Para lo demás, tiene todo el año. Esto sin contar con que entre los sherpas, en Nepal, todo sexo más allá del campamento base es considerado una falta religiosa contra el dios o dioses que habitan en la cumbre. Ellos lo ven como pecado de los occidentales lascivos. Claro que esto no corre en Aconcagua, donde no hay sherpas y sólo occidentales –y orientales- lascivos.
Respecto a las necesidades sólidas, deberá hacerla siempre en una bolsa, pues hay que bajarlas con uno al descender de la montaña. Esto hoy no es obligatorio pero lo será el año que viene. Pero es una obligación moral, pues la montaña no aguanta más que miles de personas la caguen –en el sentido literal del término- todos los años. Así que sí, hágase a la idea, junto a su ropa y enseres cargará siempre una bolsa con mierda.
Las mujeres en la montaña, dos de ellas en particular, son las que han terminado con el machismo que había en mí (bueno, con casi todo, latino y sudaca soy al fin de cuentas). Una fue la brasileña que integró mi primera expedición a Bolivia y de la que hablo en otro lugar. La otra mujer que me movió la cabeza fue una india aymará en otra expedición en Bolivia.
Sucede que mi compañero y yo habíamos contratado porteadores. Para ello, a eso de las nueve de la mañana suben del pueblo tres hombres y una mujer para cargar nuestras dos mochilas. Yo no entendía bien para que habían traído a la señora, pero en fin. Terminó siendo que la señora era una de los dos porteadores, el otro era su marido. Llevó mil metros montaña arriba una de nuestras mochilas con unos veinte kilos. Y usaba polleras –un juego de tres o cuatro capas, pues su cultura le impide usar los mucho más prácticos y abrigados pantalones- Iba de sandalias, -el trayecto tenía varios manchones de nieve- mientras yo cuidaba mis pies con el mejor calzado de montaña del mundo (Botas plásticas dobles marca Koflach, modelo Artics, fabricadas en Austria, lo mejor del mundo, compradas en la mejor tienda de montaña de EE. UU.). Yo sin peso iba a la par, pero no pude conseguir evitar que me ganara por cinco minutos, pese a la carga, pese a la diferencia de ropa y calzado. ¿Se puede ser machista después de conocer mujeres como estas dos? ¿Tiene uno derecho a creerse mejor o superior por tener un pito entre las piernas cuando se es consciente que uno no podría igualar tamaña perfomance? Yo hice entonces un acto de humildad y ya no prejuzgo a nadie peyorativamente por su género o sexo o siquiera por su inclinación sexual. Queda uno en ridículo. Miro resultados, y admiro o no a la gente según lo que consigue y nada más.
¿Qué me llevó a querer subir el Aconcagua? Si Ud. no se aburrió aún y todavía está leyendo, se enterará ahora de lo más interesante. Era la noche del 2 al 3 de marzo de 1999. Yo vivía entonces en Brasil y esa noche estaba haciendo uma caminata por el parque “Serra dos Orgaos” en el interior del estado de Río de Janeiro. Luego de dos días de andar por la sierra, estaba acampando con amigos, hablando de bueyes perdidos. De pronto, todos ellos cayeron dormidos, casi desmayados, alejándose de toda conversación. El cielo se abrió y una voz me dijo exactamente: “Vas a subir el Aconcagua”, la voz desapareció, mis compañeros despertaron y volvieron a la charla social y nadie más que yo notó nada. Esto no se lo había contado a casi nadie hasta ahora, pero así ocurrió. Prometo que no estaba bajo el efecto de nada pues nada fumo ni consumo, y en las caminatas no da ni para llevar una cerveza, pues pesa mucho. Ud. puede creer esto que le cuento o no. A mí me da igual.
Durante años lo miré como a una amante joven y lejana, como Dante a Beatriz, como a todo lo que se desea con ansias y no se consigue. Siempre que volaba a Chile pedía ventanilla y del lado en que pudiera apreciar su belleza. Cuando crucé la cordillera manejando, me deleité con su feroz Pared Sur que se alcanza a ver desde la ruta. Durante estos casi cuatro años subí montañas en Brasil, Venezuela, Patagonia, Mendoza y Bolivia para prepararme, corrí siete maratones (de 42,195 kilómetros) y entrené diariamente sin faltar un día en todos esos años, ni por viajes, ni por enfermedad, ni por nada. He entrenado en parques de Córdoba, San José de Costa Rica, Nueva York, Montevideo y tantos otros lugares.
Hay algunas respuestas memorables e históricas a la inasible pregunta: ¿Por qué subir montañas? ¿Por qué pagar miles de pesos y patinarse gran parte del descanso anual pago para pasar mal, estar con frío, agotado, comiendo porquería para, en el mejor de los casos, estar sólo veinte minutos en la cumbre?
Daré sólo tres intentos de respuesta a esta pregunta. Una es de Roald Admunsen, el noruego que en 1912 fue el primero en llegar al Polo Sur. En una conferencia posterior a su expedición un periodista le preguntó: ¿Por qué el Polo Sur?
“Simple minds only have room for bread and butter”, (Las mentes simples sólo tienen espacio para pan y manteca) fue la respuesta de Admunsen, un poco agresiva pero que comparto plenamente.
Otra famosa es la de George Mallony, montañista inglés que en 1924 dejó la vida intentando escalar el Everest (casi treinta años antes de que fuera escalado por primera vez), cuando, al salir de Londres para Asia otro periodista le hizo similar cuestionamiento: ¿Por qué quiere Ud. subir el Everest? “Because it is there” (Porque está allí), fue la respuesta de Mallony, una respuesta que los no montañistas siguen considerando estúpida al día de hoy, pero que para los montañistas es verdad revelada, palabra de Dios, te alabamos Señor.
La tercera y última no viene de la montaña, pero igual aplica. Un día circulaba yo por una autopista de EE. UU. cuando tuve que disminuir la velocidad y luego parar por una enorme manifestación de dueños de motocicletas Harley Davidson, la flor y nata de las motos del mundo. Había no menos de 150 de ellas, de todos los tamaños y modelos. Sus dueños las mostraban con orgullo a los ojos del mundo. Un turista preguntó al que tenía más pinta de líder del conjunto, porque tanto escándalo por una “simple” marca de motocicletas.
El hombre, musculoso y tatuado, con barba hasta el pecho y ombligo a la vista, puso uno de sus enormes brazos cariñosamente sobre el hombro del cuestionador y le dijo “If you have to make the question, you will never understand the answer” (Si necesitás hacerme la pregunta, es porque nunca entenderías la respuesta).
Así son los pasatiempos, las verdaderas pasiones. No obedecen racional alguno ni pueden responder preguntas basadas en pura lógica.
El nombre de la montaña le fue puesto por los incas, o sea, es quechua. Tiene varias grafías, Ancocahuac, Akon kahuak y otras. Recordemos que los incas no escribían, así que todos los nombres son transcripiciones al alfabeto usado por los españoles del sonido que ellos recibían de los indios. Anco quiere decir blanco o piedra y cahuac, centinela. O sea, Centinela Blanco o también Centinela de Piedra es como se supone llamaban los incas a la montaña. Créase o no los incas la subieron –no se sabe hasta donde-, ya que se han encontrado momias de niños incas (así como en la montaña chilena El Plomo que yo también subí, no deje de leer la apasionante crónica de ese ascenso). La momia inca hallada a más altura en los Andes fue en el Llulllaillaco, a 6721 msnm, en el desierto de Atacama, en Chile. En el Aconcagua se encontró a gran altura el cadáver de un guanaco (se considera imposible que este animal hubiera ido solo tan lejos, tiene que haber sido llevado). La momia hallada en la zona del Aconcagua fue hallada en el Cerro Piramidal a 5200 msnm, conservada no por embalsamiento sino por la sequedad del aire. Si los incas llegaron a la cumbre del Aconcagua o no, no lo sabemos hoy y quizás no lo sepamos nunca.
No es posible hablar del Aconcagua y su zona de influencia sin mencionar el notable cruce de la cordillera por el ejército de José de San Martín en 1817. Hablarle de esto a los argentinos de ustedes es innecesario porque forma parte de lo más central de la historia patria y es por todos conocido, pero no es lo mismo para mis lectores de otras nacionalidades. Nadie había cruzado antes la cordillera con un ejército, San Martín lo hizo con algo más de cinco mil hombres sorprendiendo a los españoles en Chile –entonces Capitanía General de Chile- de tal forma que los derrotó en breve plazo en un número de batallas reducido. Centenares de cadáveres de mulas, caballos y algunos soldados jalonaron el paso de las tropas del héroe nacional argentino. Son esos cadáveres los que luego permitieron rastrear el exacto paso por donde cruzaron. Lo que hizo grande al General era su capacidad de romper paradigmas. Nadie en su sano juicio podía pretender atravesar los Andes a principios del XIX con un ejército. Él lo pensó y lo hizo. Por eso era un grande.
El primer occidental que intentó escalar el Aconcagua fue el alemán Paul Gussfeldt en 1832. Llegó a 6560 msnm y no hizo cumbre, pero dejó claro por donde debía intentarse, o sea, cual sería la que hoy llamamos Ruta Normal (es la denominación que se da en toda montaña a la forma más sencilla de llegar a cumbre)
El primero que llegó a la cumbre fue el guía suizo Matthias Zurbriggen el 14 de enero de 1897. La ruta que usó es casi exactamente la que hoy es llamada Ruta Normal. Zurbriggen murió pobre, solo y borracho en su Suiza natal. En 1997, cuando se celebraba el centenario de ese primer ascenso, su nieto viajó a Mendoza a subir la montaña que su abuelo había alcanzado por primera vez.
En 1934 un grupo de polacos alcanzó la cumbre por una vía mucho más compleja y técnica (hoy llamada “de los polacos”).
Pero la única pared realmente difícil de esta montaña, la única que motiva a profesionales es la Pared Sur. Consta de una vertical de tres mil metros de granito no muy sólido, donde es difícil fijar elementos de alpinismo. Una expedición francesa la conquistó por primera vez en 1954. Muchos de sus integrantes sufrieron congelamiento y amputaciones. La Pared Sur tomaría la vida de muchos grandes escaladores, entre ellos Mozart Catao en 1999. Catao era el mejor escalador brasileño de su tiempo y uno de los únicos dos en su país que había escalado el Everest (el otro es Nicklewitz, que recientemente subió K2, la montaña más difícil del mundo). Yo estaba en Brasil cuando falleció y conocí gente que lo conoció íntimamente. Yo viví su muerte como otros brasileños vivieron la de Ayrton Sena. Fue una tragedia, especialmente la muerte de Othon –ya que la de Catao fue instantánea, consecuencia de una avalancha-. Othon quedó colgado a seis mil metros en una posición donde no había posibilidad de rescate (los helicópteros no vuelan tan alto y si lo hicieran, no hubieran podido acercarse a una pared vertical sin quebrar sus aspas), hasta que sus fuerzas se extinguieron y murió. Un amigo común fue el que mantuvo todo el tiempo contacto con Othon por radio desde el campamento base. Me contaba que lo escuchaba cada vez más lento y más débil. Sus últimas palabras fueron más o menos (cito de memoria) “Nao fica triste por mim, cara, beba um vinho na minha saude” (No te quedes triste por mí, man, tómense un vinito a mi salud)
Perón dio mucho empuje al montañismo en Argentina y fue en sus primeras dos presidencias que se construyeron los refugios. Pero el establecimiento del Parque Provincial Aconcagua esperaría hasta 1983 con el retorno de la democracia al país. Hoy más de dos mil montañistas intentan conquistar la montaña cada año. No más del diez por ciento de ellos lo logran.
Aconcagua tiene 6959 msnm y es la montaña más alta del mundo fuera de Asia. Le sigue Ojos del Salado, en Chile con pocos metros menos (6900). El cerro está totalmente en Argentina y no es limítrofe como creen algunos desinformados. Recordemos que el criterio de frontera es la divisoria de aguas, no las más altas cumbres. Una misma altura en los Andes produce más efecto en los seres humanos, que esa misma altitud en el Himalaya. Esto es debido a que la cobertura vegetal desaparece a los 3500 msnm, mientras que en el Himalaya esta existe hasta los 5000. Esto hace mucha diferencia psicológicamente
Y así, este racconto llega a su fin. ¿Volveré el año que viene a intentar la cumbre que este año no conseguí? No lo sé aún. Por un lado odio dejar las cosas por la mitad, por otro, no sé si tiene sentido asociar tanto esfuerzo y dinero nuevamente sólo por los menos de 500 metros que me faltaron.
No lo sé. Como dije, habrá que esperar un año para saberlo. Esta no es una crónica con final definido por tanto.
Me despido de Ud., de la manera que solemos hacerlo los montañistas cuando uno parte hacia la cima: Buena cumbre, para Ud. y su vida.

Vallecitos (1-2002)


Jueves 14 de enero de 2002
Salí de Aeroparque a última hora de la tarde y llegué al hotel de Mendoza justo para ir a cenar con el grupo de montañistas. El mismo está formado de esta manera: Niel, Phil, Gil y Aden son cuatro ingleses amigos entre sí. Bob es un quinto inglés pero no tiene nada que ver con los anteriores. Linda y Dexter son un matrimonio de Seattle, Lauri es una californiana. James es un canadiense de Vancouver que vive en San Telmo, Buenos Aires. Hay dos chicas argentinas (Rosana y Mariana) y este servidor completa el grupo. Los guías son tres, Adrián, de Mendoza, Alex, un francés de Chamonix que trabaja normalmente en el área de Bariloche, y Diego Magaldi, el guía líder.

Viernes 15 de enero de 2002
Lo que aún no he dicho, es que el objetivo de esta expedición es subir el cerro Vallecitos (5400 msnm) al sur de la ciudad de Mendoza. Esto tomará una semana, luego de la cual yo volveré a Buenos Aires y ellos continuarán rumbo al Aconcagua.
Por la mañana fuimos a alquilar el equipo faltante. En mi caso esto quiere decir botas plásticas dobles y grampones. De allí volvimos al hotel, almorzamos, caminamos un poco por la peatonal y a eso de las cinco de la tarde partimos rumbo al valle de Vallecitos
Llegamos al refugio, que es parte de lo que en verano funciona como un centro de esqui (el segundo más antiguo del país) y está a 2800 msnm. De aquí en más toda la carga será sobre nuestros hombros, o sea, no hay porteadores ni mulas ni caballos para cargarla.
El lugar es muy cómodo, tiene luz eléctrica, agua caliente, numerosos dormitorios y un amplísimo comedor. Dedicamos el resto del día a conocernos, tomar mate y admirar una tormenta eléctrica que se divisaba en el valle, seguramente sobre Luján de Cuyo.

Sábado 16 de enero
Nos levantamos sin apuro, desayunamos y nos dividimos la comida que vamos a portear hasta el primer campamento. La caminata fue muy leve pues entre el refugio y el campamento 1 hay sólo 300 metros de vertical drop (desnivel), o sea, el campamento 1 está a 3100 msnm. Allí armamos las carpas, dejamos la comida y salimos rápidamente con rumbo al refugio porque nevaba y hacía mucho frío.
El resto de la tarde fue lo previsible en un grupo de montañistas que está aclimatándose y a la espera de la oportunidad de lanzarse hacia la cumbre: té, charla, mate, juegos de naipes. Los ingleses me enseñaron un par de juegos y en uno hasta conseguí ganar una vez.
En el interior del refugio hay dos estufas a queroseno que nadie sabía como encender. Yo recordé las que en mi infancia calentaban la casa de mis padres y me dije que mucha diferencia no podía haber. Así que logré hacerlas andar, lo que vino muy bien para secar la ropa que se nos había mojado en el retorno bajo lluvia y nieve.

Domingo 17 de enero
El día amaneció –y habría de continuar todo el día-, hermoso, la antítesis de lo que fue ayer. El sol terminó de secar las cosas que se mojaron ayer, y al medio día salimos hacia el lugar donde ayer habíamos dejado armadas las carpas, o sea, nuestro campamento 1.
A los pocos minutos de haber partido, el guía que iba al frente decidió quedarse más atrás por lo que yo quedé al frente. Sólo Lauri, la californiana mantenía el paso. Lauri es todo un personaje: además de tener uma ressitencia impresionante, es capitana de bomberos en California, bailarina profesional de danza del vientre e instructora de montaña. Llegamos muy temprano ya que el tramo era corto. Almorzamos emparedados y dedicamos horas a charlar y tomar mate, lo que estamos haciendo en este momento.
Como a las tres de la tarde subimos un cerrito cercano, como aclimatación. Al bajar, me corté un poco solo para poder hacerlo rápido, a mi ritmo. Me crucé con un caminante despistado que resultó un ser un chico de Buenos Aires que andaba con mal de altura. Había dejado abandonada su carpa más arriba en la montaña y esa noche le dimos de comer y lo acompañamos. Tuvo que dormir a la intemperie –hacer un vivac, en la jerga- dado que no había espacio en nuestras carpas.
Hace ahora bastante fresco, ya que el sol se puso hace una media hora y la temperatura desciende dramáticamente a esta hora en la montaña.

Lunes 18 de enero
Amaneció lindo, aunque no tan notable como ayer. Desayunamos, levantamos el campamento, distribuimos las cargas comunes y partimos hacia el Campamento 2. No pasó mucho tiempo hasta que fue posible hacerse una idea cabal del estado físico de cada uno. Sacando Lauri, James y luego Bob, los demás no están para estos trotes y tienen poca experiencia –o ninguna- en montaña. Sus chances de alcanzar la cumbre del Aconcagua son bajas. Llegamos al Campamento 2 a 4100 msnm donde ahora estamos tomando té y preparando la cena. Una gran parte del tiempo en la montaña se invierte en preparar té y la cena, el desayuno y el almuerzo.
Una de las sorpresas con que nos desayunamos fue que Niel llevaba en su mochila dos libros, un cuaderno de tapas duras de cartón, dos lapiceras y un estuche plástico con documentos. Cabe agregar que Niel es un tanto obeso y su estado físico deja mucho que desear. Que haya pensado por un minuto subir una montaña con esta carga muestra su total inexperiencia. Le hicimos dejar todo en una bolsa, bajo una piedra para rescatarlo a la vuelta.
El sol acaba de ponerse exactamente atrás de Vallecitos, la montaña que subiremos, y el espectáculo es deslumbrante.

Martes 19 de enero
Hizo un viento fortísimo durante la noche que aún perdura parcialmente y que interrumpió el sueño de todos. Son las nueve de la mañana y aún no se ha levantado nadie más que este servidor que aquí se encuentra al firme, con la pluma en sus manos para compartirlo todo con ustedes. Pena que el frío y el viento sean indescriptibles. El pequeño río al lado del cual acampamos se congeló parcialmente durante la noche –le tomé varias fotos, y también lo hizo el agua contenida en nuestros dromedarios, como llamamos a las grandes cantimploras donde almacenamos el vital elemento.
Hoy es día de descanso, a mi juicio innecesario, pero los guías entendieron que es importante contar con un día flojo para las varias personas a las que el mal de altura tiene a mal traer. Sólo hicimos una caminata de aclimatación hasta 4600 msnm. Al retornar matamos la tarde haciendo lo que ya les dije que es norma en la montaña, tomando té y charlando mientras el sol avanza hacia el poniente.
Entre charla y charla, Phil nos contó que los libros de Niel no eran dos ¡sino cinco!, tenía tres más que no le descubrimos y el miserable no mencionó. Un lector fanático y como tal le tengo simpatía, pero un montañista totalmente inexperto y como tal me da bronca.
Mañana es día de cumbre, con 1300 metros de desnivel. Salvo un tiempo horroroso, nada nos impedirá hacer cumbre.

Miércoles 20 de enero
Nos despertamos a las cinco y media para salir a las siete. Hacía muchísimo viento y por consiguiente muchísimo frío. El grupo se dividió en tres subgrupos de acuerdo a su velocidad. Aden ni salió del campamento 2, Rosana y Niel retornaron a poco de salir. En el grupo del frente íbamos Lauri, James, Alex (el guía francés) y este servidor. Cerca venían Bob y Linda. Los demás bastante más atrás.
Cuando llegamos al col (paso entre dos montañas) perdimos la protección que una pared ofrece respecto del viento y quedamos totalmente expuestos al mismo. Soplaba a una velocidad de entre 60 y 70 kilómetros por hora según Alex. Costaba mantenerse en pie y había que tomar precaución al caminar para no ser llevado por las ráfagas. No se escuchaba casi nada salvo que uno tuviera al interlocutor muy, muy cerca.
Al retornar al campamento 2 nos enteramos que una de las carpas había sido arrasada por el viento, por lo que esa noche debimos redistribuirnos y dormir un poco más apretados. Muchos llegaron de vuelta al campamento en lamentables condiciones, yendo derecho a caer palmados a sus carpas.

Jueves 21 de enero
Hoy es el último día de esta expedición. Último día para mí, pues todos los demás siguen para el Aconcagua. Todos me han dicho cuanto lamentan que yo no sea de la partida, y Diego, el guía líder, me ofreció pagarme el hotel en Puente del Inca, con comidas incluidas y un remise al aeropuerto si me quedaba con ellos hasta el domingo. Creo que mis tangos, aunque mal cantados ayudaron siempre a mantener la moral y el buen humor y por eso Diego quiere que me quede. Me lo dijo explícitamente, que valoraba mucho el aporte de buena onda que yo le daba a un grupo muy bajoneado por el soroche. Pero lamentablemente no es posible, los compromisos laborales tienen prioridad, por supuesto.
Son como las nueve y aún no se despertó nadie. Me paro frente al sol, con las manos desnudas y las palmas extendidas, y siento que a través de ellas capturo la energía de sus rayos, que entra por mis manos y fluye por todo mi cuerpo. Escucho, lejanas, las voces de Shackleton y Weihenmayer que me felicitan y alientan. Doy gracias por no haber sentido absolutamente ningún efecto de la altura en ningún momento

El Plomo, Chile (12-2001)


Salimos de Santiago de Chile el jueves 21 de diciembre de 2001 con rumbo a la montaña. Tomamos el camino que lleva a los centros de esquí (Farellones, Valle Nevado y La Parva). En poco más de una hora uno pasa de los 800 msnm de Santiago a los 3100 de La Parva, todo por camino asfaltado.
El grupo estaba formado por tres guías, Pablo Sepúlveda, el dueño de Pared Sur y jefe de le expedición, Maximiliano y El Chino, sus asistentes, y seis clientes, a saber: Max y Piero, dos alemanes que no se conocían previamente, Francisco y Pablo, ambos chilenos, Gabriel, un cordobés argentino radicado en San Antonio, un puerto chileno, y yo.
Nos llevó seis horas de marcha llegar al campamento base a 4150 msnm. El camino tiene muchas subidas pero también bajadas y atraviesa una pequeña pampa, llamada Piedra Numerada por una gran roca que alguien llenó de números. Allí acampan muchos jóvenes que no desean ir mucho más lejos.
Todos estábamos tomando acetazolamida, a razón de media pastilla de 250 miligramos, dos veces por día, comenzando un día antes del comienzo de la expedición. Esto resultó una maravilla. Sin efectos colaterales destacables, a no ser una mayor frecuencia al orinar, nos evitó a todos el desagradable mal de altura, algo realmente insoportable como lo sabe todo aquel que lo ha sufrido en carne propia.
Sacando un poco más de media hora, en que me sentí sin fuerzas al llegar al campamento base, con dificultad para encarar tareas como armar la carpa, no hubo mayor molestia que lamentar. La caminata la hicimos con mochila liviana, ya que las mulas llegan hasta el campamento base. Gracias a eso, y a la buena organización de Pablo, teníamos carpa comedor y carpa cocina.
En todo momento la comida fue abundante y variada. Esto sin duda fue el segundo pilar del éxito (el primero fue la acetazolamida). Pablo inclusive ha dado clases en televisión sobre cocina para campamentos, lo que muestra que el hombre entre las ollas, se defiende tan bien como entre los picos.
Terminamos el jueves cenando, tomando té y charlando “hasta tarde” (nueve y media aproximadamente), ya que el día siguiente era de aclimatación y estaba prevista poca actividad.
Durante la noche se levantó un fortísimo viento que perturbó bastante el sueño y no amainó durante la mañana del viernes. Incluso nevó un buen rato. Ese día teníamos prevista un ascenso breve, de aclimatación, pero sólo pudimos encararlo después del medio día, cuando las condiciones meteorológicas mejoraron bastante. En mi opinión, esta caminata hasta los 4400 msnm fue el tercer pilar del éxito, pues nos preparó adecuadamente para el día siguiente.
El viernes nos fuimos a dormir temprano porque el sábado era nuestro día D, nuestro día de cumbre. Nos levantamos a las tres, desayunamos, preparamos y revisamos el equipo que llevaríamos y partimos a las cuatro y media tal como estaba previsto. Durante una hora o algo más caminamos iluminados por nuestras linternas de cabeza, similares a las que usan los mineros, hasta que la luminosidad del día que nacía las tornó innecesarias. Lamento no tener las dotes literarias necesarias para describirles con propiedad la belleza de un cielo de montaña en uno de cuyos extremos se anuncia el nuevo día mientras en el otro aún se distinguen con claridad la luna y las estrellas.
Pero aún faltaban casi dos horas para que el sol nos calentara directamente con sus rayos. Provisto esta vez de equipamiento adecuado, no pasé para nada el frío horroroso que sufrí cuando el ascenso al volcán Lanín.
Fueron seis horas y media hasta la cumbre, a 5450 msnm. En el camino tuvimos que atravesar un glaciar, lo que nos obligó a calzar grampones y usar las piquetas de montaña. Pero no hubo necesidad de botas plásticas dobles de montaña (que no llevábamos).
Muy cerca de la cumbre hay un santuario inca, donde hace algunos años un arriero encontró una momia inca. Créase o no, los incas habían conseguido subir la montaña provistos tan solo de “chalas” (sandalias) y sin ninguna pieza de equipo de alta tecnología como el que todos tenemos hoy en día y que consideramos imprescindible. La momia era de un niño de unos 12 años que subió por sus propios medios y allí fue sacrificado a Inti, el dios Inca del Sol. No fue asesinado directamente sino que se le suministró un alucinógeno que lo durmió. Luego fue colocado en un pozo recubierto de piedras y cuya boca fue sellada con grandes piedras. Así, el niño pasó del sueño a la hipotermia y de allí a la muerte.
La momia se deterioró bastante cuando fue llevada por el arriero al valle, y mantenida en lugar secreto mientras negociaba con el Museo de Historia Natural de Santiago su paga por el hallazgo. Luego se deterioró otro poco pues durante algunos años fue exhibida en una vitrina común, sin refrigeración. Hoy en día está guardada en una heladera especial y lo que la gente ve es una réplica en cera.
En el lugar donde fue encontrada, hay una placa metálica alusiva. Una duda difícil de dilucidar, es porqué el sacrificio fue realizado unos metros más debajo de la cumbre y no en la cumbre misma. No se trató de un problema técnico de ascensión pues la distancia entre ambos lugares no presenta dificultad alguna.
Como era 22 de diciembre, día siguiente al solsticio de verano y uno de los más largos del año, y teniendo en cuenta lo rápido que habíamos subido, contábamos con amplias horas de luz para descender, lo que nos dejaba margen para permanecer en la cumbre el tiempo que nos resultara grato.
Comimos, bebimos agua, charlamos, nos tomamos las obligatorias fotos de cumbre, descansamos. Se veía con claridad el Tupungato, la ciudad de Santiago de Chile y, lo más importante, enorme y majestuoso se veía con toda claridad el Aconcagua.
Descendimos a muy buen ritmo. El grupo se mantuvo siempre junto, cohesionado. Nunca ninguno se adelantó mucho ni se quedó rezagado. Todos tienen entre 31 y 38 años, con le excepción de Max, el alemán, que tiene 59, y yo (43) Llegamos al campamento base luego de once horas de marcha, a descansar, comer y luego dormir. A la nochecita, mientras disfrutábamos de un buen té, bebida montañera por excelencia, Max dijo algo que me quedó grabado: “La montaña es el lugar del mundo donde todo es como nunca debió dejar de ser en el resto del mundo”. Se refería a un cierto código no escrito de ética que existe entre los montañistas y que ha desaparecido en el resto del planeta.
El día siguiente, sábado, amaneció tan lindo como el anterior. Desayunamos sin apuro, desarmamos el campamento, cargamos las mulas que para entonces ya habían llegado con el arriero y partimos rumbo a la estación de esquí “La Parva”, donde habían quedado los vehículos. Pusimos escasas tres horas y media. A medida que una va bajando, aparecen colores y formas de vida que en la cumbre y en el campamento base no existen. Musgo, algo de pasto, ríos de agua corriente, más y más abundante a medida que uno desciende, y finalmente inclusive flores.
Y como quien no quiere la cosa, nos despedimos luego de intensos cuatro días de convivencia. El sacrificio es efímero, la gloria es eterna, como dice el dicho. El cansancio quedó atrás y sólo perdurará el recuerdo de lo que por ahora es para mí, la mayor cumbre jamás alcanzada.

Tercer viaje a Bolivia: Crónica de una frustración (7-2000)

Antes que nada creo conveniente aclarar porque este viaje al centro del continente sudamericano ha sido rotulado como tercero. Sí, usted adivinó correctamente, porque previamente ha habido otros dos. El primero de ellos fue en el verano de 1977-1978, época en la que el suscrito estrenaba sus inolvidables veinte años caminando por los senderos de América. Obvio que hay crónica escrita de ese viaje, usted me conoce, no podría ser de otra manera, pero aún no he encontrado tiempo de pasar a computadora las 200 o 300 páginas que conforman mi diario de viaje de esos años. Por ese motivo no lo ha leído nadie más que yo, y a veces me sorprendo y me enternezco al abrir esas amarillentas páginas y descubrir, más de veinte años después, cuanto ha cambiado mi manera de mirar las cosas con el tiempo. Parece el observar de un extraño.
El segundo viaje fue exactamente hace un año, con un grupo de brasileños y con el objetivo excluyente de subir montañas.
Normalmente, todos los diarios de viajes, incluyendo todos los míos anteriores, acatan la fórmula clásica que consiste en, bajo un subtítulo del tipo “Lunes tanto de tal mes” describir en pasado del indicativo lo ocurrido en ese día. Pero en esta oportunidad prescindiré de la fórmula clásica, y lo haré por tres motivos. El primero es que nada de notable sucedió en este viaje y por lo tanto, de no ser por mi enfermiza manía de agarrar la lapicera en la primera mesa de bar que se presenta, este viaje no debería haber merecido racconto alguno. Para seguir, porque las pocas cosas más o menos interesantes, las escasas reflexiones más o menos inteligentes que soy capaz de hacer sobre la ciudad de La Paz o sobre Bolivia en general, las he hecho el año pasado y sería tan aburrido para mí repetirlas como para mis lectores frecuentes releerlas. Y el país no ha cambiado nada en un año, francamente, para merecer nuevos comentarios. El tercer motivo para olvidar este viaje, para relegarlo al rincón de los recuerdosindeseados que no se comparten ni con el analista –y menos aún con corresponsales internéticos- es que terminó siendo una gran frustración, como vosotros iréis percibiendo a medida que el relato avance. ¿Y a quién le gusta compartir frustraciones?
Llegué a La Paz el miércoles 19 de julio a la tarde desde San Pablo. Una de las características de La Paz, es que 95% de las maletas que llegan a la cinta transportadora del aeropuerto son mochilas, la mitad de ellas con piquetas de montaña y bastones de caminata. Pocos aeropuertos del mundo pueden vanagloriarse de lo mismo. Katmandú debe seguramente ser otro.
Ese día a la noche sentí un poquitito la altura, pero cené y me fui a acostar, sabiendo que una buena noche de sueño cura totalmente el soroche.
Al día siguiente, jueves, pasé por la sede de la agencia con la que había contratado la expedición, que constaba de tres días de caminata en la Isla del Sol, en el lago Titicaca, luego cuatro días en el Parque Condoriri subiendo dos cumbres si daba, y finalmente otros dos días para subir o intentar subir el Huayna Potosí (6044 msnm) en las afueras de La Paz. Cual no sería mi sorpresa al enterarme que la expedición se cancelaba por ser yo el único cliente. Los insulté en cinco idiomas porque podían haberme mandado un correo electrónico y evitado el viaje inútil. Me devolvieron el anticipo y pagaron la mitad del pasaje aéreo. Pero eso no arregló nada, realmente. Estaba sólo en La Paz y sin nada útil para hacer. Recorrí la zona donde están las agencias que se dedican a este tipo de cosas y sólo hallé una que tenía uma caminata de tres días por la montaña. Lo malo de esto es que estaría subiendo a altura con menos de 48 horas de aclimatación en La Paz, lo que no es razonable. Pero no tenía alternativas, así que agarré viaje.
Salimos el viernes por la mañana llegando al campamento base del Condoriri (4600 msnm) a la tarde. Yo ya había estado en ese lugar el año pasado. Esta vez tuve un poco de dolor de cabeza, una puntada en el centro de la frente, consecuencia de la poca aclimatación. No tenía vómitos ni diarrea ni nada serio, pero un dolor de cabeza que me dejaba lento, sin ganas de comer o hablar. La tarde estaba horriblemente fría y ventosa, como ya es costumbre en Condoriri. Muy fría realmente, de congelar el agua y los dedos. Tan molesto estaba con mi soroche que no tenía fuerzas para sacar la libreta y escribir, ni para sacar la cámara y fotografiar. Y para ello había subido con un cuerpo, tres lentes y hasta un trípode pequeño –el que me regaló Manolo en Toulouse-. Ni fotos ni notas, ¿Comprenden lo mal que estaba?
Pasé toda la noche con ese fuerte dolor pero amanecí bien. Sin embargo, decidí no arriesgar y no continuar la caminata, ya que el sábado había que sortear mil metros de desnivel (de 4600 a 5200, luego bajando a 4700 para volver a subir a 5000 y terminar el día a 3500 msnm) y lo más probable es que el dolor volvieses. Y no habría retorno posible más allá del campamento base. Desayuné, me despedí de mis compañeros de caminata –una joven pareja de suizos con dos meses en Bolivia y por tanto perfectamente aclimatados-, hablé con un grupo de catalanes que bajaban y me uní a ellos.
Debo decir que me molestó muchísimo la falta de educación de los catalanes. Salvo esporádicos recreos en que usaban el castellano –y es claro que eran todos tan fluentes como yo en la lengua de Cervantes- para darme oportunidad de meter un bocadillo, se comunicaban el tiempo todo en la lengua de mi bisabuelo, que yo no comprendo en absoluto. A medida que descendíamos, el fortísimo viento del altiplano se hacía un poco menos agresivo, aumentaba la temperatura, el entorno se volvía más humano, aunque los charcos a los lados del río continuaban congelados y uno andando a ritmo rápido con dos camperas de montaña y sin sentir calor. El vigor retornaba al cuerpo, la voluntad y el ánimo también. El hijo del mulero bajó conmigo y una de las mulas, cargando los bultos pesados. El chico tiene trece años, me dijo –la edad de Federico- y trabaja de mulero con el padre en la montaña. El frío horroroso de la mañana, que a mí me hacía tiritar pese a estar protegido con lo mejor que las tiendas de Nueva York tienen para la ocasión, él lo resistía con sandalias, huecas por todos lados, y sin medias. Carajo, pensé.
Llegamos al medio día a un caserío –cuatro ranchos de adobe- llamado Tuni, donde los campesinos nos sirvieron una sopa mientras aguardábamos la llegada del transporte que los españoles habían contratado para retornar a La Paz. El viento levantaba tal polvareda, que había que usar los anteojos de nieve, no por la luz, sino para proteger los ojos del polvo. Mientras tomaba mi sopa miraba el altiplano infinito. Hay algo de hermoso en ese paisaje inmenso, rodeado de algunas de las montañas más bonitas del mundo. Pero también hay en él algo de patético efecto en no ver ni un árbol de horizonte a horizonte –no resisten las heladas-. Sólo en el altiplano uno se da cuenta de la dependencia psicológica que tiene de la presencia de árboles en el entorno. Sin ellos, uno se siente inseguro.
Así llegué a La Paz el sábado por la tarde cargando una gran frustración, la de no haber podido subir ni una cumbre en dos viajes. El año pasado por limitaciones físicas personales, este año por la ineficiencia de la compañía que escogí.
Llegué al hostal donde paro en La Paz, me bañé y me fui a un bar a dar cuenta de una Paceña –la cerveza local- y a escribir estas líneas que por tanto salen todas juntas, de una vez, en el tiempo que demora una tarde en irse y dos cervezas en vaciarse. Prometo no hacer corrección alguna al texto, dejándole así un aire de borrador flotando en su lectura. Esto lo hago para favorecer la tarea de los futuros analistas de mi obra. Así, comparando mis textos definitivos con este tendrán una visión más cabal del proceso creativo implícito en su elaboración. Ya imagino el título de la tesis –por lo menos de doctorado- que un universitario de Wisconsin elaborará sobre el tema: The making of a masterpiece: From draft to final in Sol Do. (El nacimiento de una obra de arte: Del borrador a la versión final en Sol Do). Tesis que será luego publicada por Cambridge University –en la época sólo se editarán e-books- y venderá millones de e-copias. Pues para entonces Pequeños textos completos será libro de texto obligatorio –no tanto como el Quijote, no quiero exagerar, digamos como Cien Años- y venderá más que último libro de Paulo Cohelo. Bueno, volvamos a la realidad.
Yo siempre me he vanagloriado de mi capacidad de viajar solo. Porque lo hice mucho hace años, he aprendido a hacerlo bien. Pero reconozco que me voy poniendo viejo. Ya no consigo subir cumbres, no resisto el frío del amanecer en la montaña sin tiritar, me apuno y, lo que es aún más grave, viajar sólo me resulta por momentos frustrante, lo que no ocurría antes. A este paso, poco falta para que no pueda viajar sin baño privado y ducha de agua caliente. Que espanto. La comodidad: el horroroso destino de la pequeña burguesía.
Ya dije que esta era narración sin correcciones así que tendrán que aceptar un desfazaje temporal. Había olvidado contarles lo que hice el primer día. La Paz está en el fondo de un valle, a 3500 msnm. Los españoles la fundaron allí para protegerse un poco del viento del altiplano. Con el tiempo, la ciudad ha ido extendiéndose hacia abajo y hacia arriba. Hacia abajo –llega hasta los 3000 msnm, o sea 500 abajo del centro, están los barrios pudientes, pues el clima es mucho menos ingrato a esa altitud. Para arriba están los barrios pobres. Primero se ocupó la ladera que da al valle y luego la parte de arriba, el altiplano mismo, dando lugar a una ciudad dormitorio, físicamente unida con La Paz, llamada El Alto. No hay un sólo turista en esa ciudad, pese a que abundan en el centro de La Paz, quinientos metros más abajo. Ni un museo, ni una tienda de artesanías, ni un restaurante. Es un barrio pobre donde viven los trabajadores de la ciudad de La Paz. A medida que se va subiendo ladera arriba, el paisaje cambia notoriamente. Primero se dejan atrás las calles con tiendas de tejidos y cerámicas para turistas, luego se entra en una zona de tiendas para locales, donde se venden pinturas, muebles, verduras y también objetos para los rituales aymaras, entre ellos fetos secos de llamas. Costumbre bárbara si las hay, que la primera vez lo deja a uno a punto de vomitar en la calle.
Las calles se van haciendo más pobres, más terrosas. Un señor se hace lustrar los zapatos mientras lee el diario, en lo que conforma una escena surrealista porque el viento y el polvo que vuelan son tales, que enterrarán el brillo de su calzado en minutos. Cuatro chicos juegan metegol en el medio de una ladera. Yo paseo con todo mi equipamiento fotográfico sin que nadie me importune, sin miedo y sin enfrentar ninguna patota amedrentadora de adolescentes violentos. Aunque no soy alto ni de ojos azules, mi condición de turista salta a la vista ya por el color excesivamente blanco de mi piel, ya por el logo North Face de mi campera.
Las callejuelas se transforman en escalinatas de cemento y finalmente simplemente en laderas de cerro. Los huecos que la geografía hace inevitables en este tipo de paisaje están llenos de basura y se sortean con inestables puentes que harían retornar al centro a los menos decididos.
Es fácil saber cuando uno ha llegado a El Alto. Esto ocurre cuando no hay más nada donde subir. A izquierda y derecha, la inmensidad del altiplano. Un mercado gigantesco, lleno de bocinas y ómnibus, que uno no veía desde el comienzo del ascenso inundan la escena. Por todas partes hay pequeñas estufitas donde la gente quema trozos de leña para protegerse del frío. En la subida paré a sacarle una foto a una mujer que revolvía un basural esperando encontrar algo comestible. Pensaba mientras sacaba la foto –con compensación de exposición por el fuerte brillo del fondo-, que para ser latinoamericano tiene uno tres opciones frente a la miseria enorme de nuestro continente. Esa miseria que hace que mujeres con niños en las espaldas hurguen los basurales como si fueran perros. Que hace que sus rostros arrugados hayan perdido toda capacidad de dar indicación sobre su edad. Que hayan perdido toda traza de femineidad. Hay, decía, tres formas. La primera es “Je m’en fous” o “ma’si”, o sea, a mí que carajo me importa, yo hago la mía, aparto a los pobres de mi campo visual con el codo o convoco al trajeado guardia de seguridad del shopping a que lo haga por mí.
La segunda es prenderle fuego al sistema, a la Guevara. Todas nuestras acciones son un acto de guerra contra el imperialismo, decía una pintada en el patio central de la Facultad de Derecho del Uruguay. La tercera alternativa es simplemente tomarse las de Villa Diego, rajarse al primer mundo, irse a un lugar donde entre uno y tanta miseria halla al menos 10 mil kilómetros de océano. Sé que me estoy ganando el odio de varios, tal vez de todos. Algunos los murmurarán para sí, otros, los más francos y osados lo pondrán en blanco y negro. Los demócratas y centristas de entre ustedes me condenarán por fomentar, de alguna manera, una salida guevarista o violenta al problema social del continente. Los guevaristas de entre ustedes –que los hay- me criticarán por poner en igual plano de validez la teoría revolucionaria del Che (nombre grandilocuente con que los guevaristas conocen al conjunto de ideas mesiánicas e incoherentes del rosarino) con el “cobarde” rajarse al Primer Mundo.
A los centristas de ustedes les digo que vean mi foto de la señora escarbando basura. O mejor aún, tomen un avión y huelan el olor a basura podrida que salía de las espaldas donde cargaba a su hijo. Y que me digan, si pueden, que ha hecho por ella la democracia representativa. Y no es que yo crea que el estado le debe nada, pero sí le debe una chance, una oportunidad de ella hacer algo por sí misma. Es claro que nunca tuvo ni tendrá chance alguna. Na minha terra, os pobres nao tem direito nem vez (En mi tierra, los pobres no tienen derecho ni oportunidad). Algo que le oí decir a un hombre pobre en Brasil una vez.
A los guevaristas les digo que lo lamento, que para ser revolucionario se necesita ser humanamente grande, y yo en ese campo juego más bien en el terreno de los pigmeos. Porque quiero llegar a viejo y conocer a mis nietos.
Termino estas líneas mientras atraviesan mi memoria los recuerdos de tantos viajes pasados. Pienso en aquellos de ustedes que aún tienen veinte años y me siento obligado a recomendarles que viajen antes de que sea tarde. En otras palabras, como tan hermosamente lo puso Serrat en Vagabundear:

Toma tu mula tu hembra y tu arreo,
sigue el camino del pueblo hebreo,
Busca otra luna,
Tal vez mañana,
sonría la fortuna.
Y si te toca llorar,
es mejor frente al mar.

Después, ya no es lo mismo, la cabeza a los cuarenta no está igualmente abierta a culturas diferentes. Hay un mundo allí fuera que sólo podrán conocer por vivencia propia. Claro que en modo alguno les estoy incitando a que larguen por la borda vuestros estudios formales y se lancen al mundo mochila en la espalda; flaco consejo les estaría dando en ese caso, pero hay tanta vacación cuando uno aún es estudiante… Como decían Pessoa, Caetano Veloso, la tapa de Marcha y Cristobal Colón –que parece haber sido el autor original de la repetida frase- Navegare necesse, vivire non necesse. Porque la educación formal nos da los imprescindibles códigos para entender donde estamos parados y no quedar, como los habitantes de El Alto, fuera de la globalización; la familia nos aporta valores, los libros nos enriquecen. Pero sólo viajar forma.

Annapurna (1-2000)


Ha sido un fin de semana muy largo. Los otros dos se me hicieron llevaderos porque enganché un amigo que es muy buen caminante, y salimos a andar por sierras y morros de la región. Este fin de semana él estaba ocupado y como no tengo absolutamente ningún conocido que no esté en este enero de 2000 de vacaciones, estaba total y cabalmente solo. Como dice Cortazar en Un tal Lucas, las noches llegaban como un tren atrasado en un andén lleno de viento (notable metáfora). Vi cuatro películas y leí un libro entero, de tapa a tapa. Del libro quería hablarle.
Se trata del relato que hace Maurice Herzog de su ascenso al Annapurna. Herzog es francés –creo que aún vive, debe estar cerca de los 80 años- y fue el primer hombre –junto con su amigo Lachenal- en subir un ochomil, o sea, una de las 14 montañas de más de ocho mil metros de altitud (todas ubicadas en el Himalaya). Lo logró en 1950, tres años antes que Hillary subiera el Everest.
Fue una odisea. No tenían ni mapas, no existían en esa época y por tanto no sabían exactamente donde estaba la montaña. Tuvieron que mapear la región antes de pensar en subir. Obvio que no había rutas definidas sino que, por prueba y error, fueron determinando la mejor vía de ascenso.
Herzog era líder de una gran expedición francesa formada por seis montañistas, todos ellos guías de montaña en Chamonix. Chamonix está al pie del Mont Blanc, y es la capital francesa y europea de los deportes de montaña. El pueblo ha evolucionado mucho desde los tiempos de Herzog. Hoy continúa siendo un polo que atrae a montañistas de todo el mundo, pero el consumo y las grandes marcas lo han transformado también en un lugar donde se va a ver gente linda y ser visto, a exhibir ropas deportivas de marca, etc.
Herzog cometió claramente error de exceso de motivación. Dos de los montañistas le advirtieron que las condiciones no permitían um intentod de cumbre, pero él insistió. Un gran montañista, un mal líder. El Monsón, ese fenómeno climático que afecta gran parte del Asia, estaba comenzando. Sabían por radio que ya había llegado a Calcuta, lo que quería decir que en escasos días más estaría sobre el Annapurna. El Monsón –estrictamente un viento- trae consigo lluvias torrenciales en los valles y grandes nevadas en las montañas. No es posible subir montañas en el Himalaya durante esa época.
Herzog y Lachenal, los dos que alcanzaron la cumbre, agarraron las primeras manifestaciones del Monsón –tormentas suaves, suaves para el valle, durísimas en la montaña- al comenzar el descenso. Herzog, para peor, perdió sus guantes de abrigo y el atontamiento que naturalmente afecta a las personas a esa altitud le impidió recordar que tenía un par de medias extra en la mochila que hubieran servido como guantes, al menos como paliativo.
Ambos tuvieron amputaciones varias debidas a la necrosis. En el caso de Herzog casi todos los dedos de los cuatro miembros. Salvó los pies y las manos porque en un campamento intermedio tenían un médico al que le debe no sólo los cuatro miembros sino la vida. Lachenal también tuvo amputaciones. Los otros dos, consiguieron sobrevivir sin perder ninguna parte de sus cuerpos, aunque tuvieron congelamiento temporario y ceguera por reflejo de la nieve, al punto que debieron bajar a tientas, lo que no es fácil ni seguro.
La evacuación fue toda por tierra, no había en la época en Nepal helicópteros disponibles para rescate. Hoy en día, hubiera tenido seguramente que bajar hasta el campamento I o tal vez inclusive hasta el Base, pero desde allí lo hubiera llevado directamente un helicóptero hasta un hospital, sin tener que descender todo el valle, pueblo por pueblo, lo que llevó muchos días y sin duda aumentó el daño permanente que les quedó.