El Plomo, Chile (12-2001)


Salimos de Santiago de Chile el jueves 21 de diciembre de 2001 con rumbo a la montaña. Tomamos el camino que lleva a los centros de esquí (Farellones, Valle Nevado y La Parva). En poco más de una hora uno pasa de los 800 msnm de Santiago a los 3100 de La Parva, todo por camino asfaltado.
El grupo estaba formado por tres guías, Pablo Sepúlveda, el dueño de Pared Sur y jefe de le expedición, Maximiliano y El Chino, sus asistentes, y seis clientes, a saber: Max y Piero, dos alemanes que no se conocían previamente, Francisco y Pablo, ambos chilenos, Gabriel, un cordobés argentino radicado en San Antonio, un puerto chileno, y yo.
Nos llevó seis horas de marcha llegar al campamento base a 4150 msnm. El camino tiene muchas subidas pero también bajadas y atraviesa una pequeña pampa, llamada Piedra Numerada por una gran roca que alguien llenó de números. Allí acampan muchos jóvenes que no desean ir mucho más lejos.
Todos estábamos tomando acetazolamida, a razón de media pastilla de 250 miligramos, dos veces por día, comenzando un día antes del comienzo de la expedición. Esto resultó una maravilla. Sin efectos colaterales destacables, a no ser una mayor frecuencia al orinar, nos evitó a todos el desagradable mal de altura, algo realmente insoportable como lo sabe todo aquel que lo ha sufrido en carne propia.
Sacando un poco más de media hora, en que me sentí sin fuerzas al llegar al campamento base, con dificultad para encarar tareas como armar la carpa, no hubo mayor molestia que lamentar. La caminata la hicimos con mochila liviana, ya que las mulas llegan hasta el campamento base. Gracias a eso, y a la buena organización de Pablo, teníamos carpa comedor y carpa cocina.
En todo momento la comida fue abundante y variada. Esto sin duda fue el segundo pilar del éxito (el primero fue la acetazolamida). Pablo inclusive ha dado clases en televisión sobre cocina para campamentos, lo que muestra que el hombre entre las ollas, se defiende tan bien como entre los picos.
Terminamos el jueves cenando, tomando té y charlando “hasta tarde” (nueve y media aproximadamente), ya que el día siguiente era de aclimatación y estaba prevista poca actividad.
Durante la noche se levantó un fortísimo viento que perturbó bastante el sueño y no amainó durante la mañana del viernes. Incluso nevó un buen rato. Ese día teníamos prevista un ascenso breve, de aclimatación, pero sólo pudimos encararlo después del medio día, cuando las condiciones meteorológicas mejoraron bastante. En mi opinión, esta caminata hasta los 4400 msnm fue el tercer pilar del éxito, pues nos preparó adecuadamente para el día siguiente.
El viernes nos fuimos a dormir temprano porque el sábado era nuestro día D, nuestro día de cumbre. Nos levantamos a las tres, desayunamos, preparamos y revisamos el equipo que llevaríamos y partimos a las cuatro y media tal como estaba previsto. Durante una hora o algo más caminamos iluminados por nuestras linternas de cabeza, similares a las que usan los mineros, hasta que la luminosidad del día que nacía las tornó innecesarias. Lamento no tener las dotes literarias necesarias para describirles con propiedad la belleza de un cielo de montaña en uno de cuyos extremos se anuncia el nuevo día mientras en el otro aún se distinguen con claridad la luna y las estrellas.
Pero aún faltaban casi dos horas para que el sol nos calentara directamente con sus rayos. Provisto esta vez de equipamiento adecuado, no pasé para nada el frío horroroso que sufrí cuando el ascenso al volcán Lanín.
Fueron seis horas y media hasta la cumbre, a 5450 msnm. En el camino tuvimos que atravesar un glaciar, lo que nos obligó a calzar grampones y usar las piquetas de montaña. Pero no hubo necesidad de botas plásticas dobles de montaña (que no llevábamos).
Muy cerca de la cumbre hay un santuario inca, donde hace algunos años un arriero encontró una momia inca. Créase o no, los incas habían conseguido subir la montaña provistos tan solo de “chalas” (sandalias) y sin ninguna pieza de equipo de alta tecnología como el que todos tenemos hoy en día y que consideramos imprescindible. La momia era de un niño de unos 12 años que subió por sus propios medios y allí fue sacrificado a Inti, el dios Inca del Sol. No fue asesinado directamente sino que se le suministró un alucinógeno que lo durmió. Luego fue colocado en un pozo recubierto de piedras y cuya boca fue sellada con grandes piedras. Así, el niño pasó del sueño a la hipotermia y de allí a la muerte.
La momia se deterioró bastante cuando fue llevada por el arriero al valle, y mantenida en lugar secreto mientras negociaba con el Museo de Historia Natural de Santiago su paga por el hallazgo. Luego se deterioró otro poco pues durante algunos años fue exhibida en una vitrina común, sin refrigeración. Hoy en día está guardada en una heladera especial y lo que la gente ve es una réplica en cera.
En el lugar donde fue encontrada, hay una placa metálica alusiva. Una duda difícil de dilucidar, es porqué el sacrificio fue realizado unos metros más debajo de la cumbre y no en la cumbre misma. No se trató de un problema técnico de ascensión pues la distancia entre ambos lugares no presenta dificultad alguna.
Como era 22 de diciembre, día siguiente al solsticio de verano y uno de los más largos del año, y teniendo en cuenta lo rápido que habíamos subido, contábamos con amplias horas de luz para descender, lo que nos dejaba margen para permanecer en la cumbre el tiempo que nos resultara grato.
Comimos, bebimos agua, charlamos, nos tomamos las obligatorias fotos de cumbre, descansamos. Se veía con claridad el Tupungato, la ciudad de Santiago de Chile y, lo más importante, enorme y majestuoso se veía con toda claridad el Aconcagua.
Descendimos a muy buen ritmo. El grupo se mantuvo siempre junto, cohesionado. Nunca ninguno se adelantó mucho ni se quedó rezagado. Todos tienen entre 31 y 38 años, con le excepción de Max, el alemán, que tiene 59, y yo (43) Llegamos al campamento base luego de once horas de marcha, a descansar, comer y luego dormir. A la nochecita, mientras disfrutábamos de un buen té, bebida montañera por excelencia, Max dijo algo que me quedó grabado: “La montaña es el lugar del mundo donde todo es como nunca debió dejar de ser en el resto del mundo”. Se refería a un cierto código no escrito de ética que existe entre los montañistas y que ha desaparecido en el resto del planeta.
El día siguiente, sábado, amaneció tan lindo como el anterior. Desayunamos sin apuro, desarmamos el campamento, cargamos las mulas que para entonces ya habían llegado con el arriero y partimos rumbo a la estación de esquí “La Parva”, donde habían quedado los vehículos. Pusimos escasas tres horas y media. A medida que una va bajando, aparecen colores y formas de vida que en la cumbre y en el campamento base no existen. Musgo, algo de pasto, ríos de agua corriente, más y más abundante a medida que uno desciende, y finalmente inclusive flores.
Y como quien no quiere la cosa, nos despedimos luego de intensos cuatro días de convivencia. El sacrificio es efímero, la gloria es eterna, como dice el dicho. El cansancio quedó atrás y sólo perdurará el recuerdo de lo que por ahora es para mí, la mayor cumbre jamás alcanzada.

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